El
tratado comercial entre los
Estados
Unidos y México*
Por José Martí
Nueva York, marzo de
1883
No
ha habido en estos últimos años –si se descuenta de ellos el problema reciente
que trae a debate la apertura del istmo de Panamá- acontecimiento de gravedad
mayor para los pueblos de nuestra América Latina que el tratado comercial que
se proyecta entre los Estados Unidos y México.
No concierne
sólo a México, cuyos adelantos, de fuerza propia y empuje indígena, despiertan simpatía
vehemente en cuantos, por ser pueblos de América, ven con orgullo fraternal la
inteligencia exuberante, investigadora e impaciente de sus hijos, y la prisa
con que – acallados ya los naturales hervores de pueblo primerizo, criado a
pechos duros de madre preocupada- se dan los naturales de su suelo.
El tratado
concierne a todos los pueblos de la América Latina que comercian con los
Estados Unidos. No es el tratado en sí lo que atrae a tal grado la atención; es
lo que viene tras él. Y no hablemos aquí de riesgos de orden político; a veces,
el patriotismo es la locura; otras veces, como en México ahora, es más aún que
la prudencia: es la cautela.
Hablamos
de lo único que nos cumple, movidos como estamos del deseo de ir poniendo en
claro todo lo que a nuestros intereses afecta: hablamos de riesgos económicos.
Apuntarlos
será bastante, puesto que el tratado comercial con México no está más que
apuntado todavía. Acaba de ser revelado al público, cuya curiosidad atizaban
principalmente, por medio de diarios poderosos, los productores de azúcares,
que se creen directamente amenazados por el proyecto. El Senado ha decidido la
publicación del documento, que está en camino de ser ley, luego que lo
aprueben, después de escrupulosa discusión, ambas naciones.
Los artículos
1°, 2°, 6°, 7°, y 8°, son los más notables del proyecto. En el primero se
establecen todos los artículos de producción mexicana que habrán de admitirse
libres de derechos en los Estados Unidos, en tanto que el tratado dure. En el
segundo, todos los artículos de los Estados Unidos que México se obliga a
admitir libres de derechos. En el sexo se estipula que ni una ni otra nación
gravará con derechos, a su paso po ella, ninguno de los productos declarados de
entrada libre para el país, cuando hayan de consumirse en la misma nación;
aunque por el séptimo artículo se autorizan mutuamente ambos pueblos
contratantes a gravar estos productos, a su paso por su territorio, siempre que
pasen por él, no para quedarse en alguna comarca de él, sino para ser
consumidos en otro país. Y el octavo fija, en doce meses el tiempo en que,
después de la aprobación del tratado por ambos países con arreglo a sus constituciones
y a cambio consiguiente de ratificaciones, han de tomarse las medidas y
dictarse las leyes necesarias para que el tratado entre en vigor.
Nada
dará una idea tan efectiva de la magnitud del suceso en proyecto como la
enumeración de los artículos que cada uno de ambos países se obliga a aceptar
en su territorio libres de derechos. Los Estados Unidos liberan de toda
contribución de entrada por sus puertos o fronteras a cuanto México exporta,
puesto que apenas hay producto del suelo mexicano que no quede exento de
derechos en este proyecto. Y es de notar que ha puesto mano en el tratado, de
parte de México, hombre previsor, puesto que en la exención se incluyen ramos
que no existen aún en México sino en porción insignificante, pero que, por la obra del tratado mismo, han de cobrar
pronto desarrollo e importancia.
Quedan
exentos de derechos, animales vivos, la cebada si o es la que llaman perla;
carne de vaca, café y huevos, espartos y otras gramíneas, que en los Estados
Unidos usan, entre otras cosas, como materia prima del papel; toda clase de
flores, toda clase de frutas, las cuales son comercios llamados al desenvolvimiento
notable e inmediato, no bien haya ferrocarriles que enlacen, sobre todo del lado
del Atlántico, ambos pueblos; pieles de cabra sin curtir; todas las variedades
del henequén y cuantos puedan sustituir al lino; cuerdas de cuero; cuero sin
curtir; pieles de cabra de Angora, sin curtir y sin lana; y pieles de asno;
goma de la India; el índigo tan bueno en México; el ixtle, o fibra de Tampico,
susceptible de aplicaciones tan varias; jalapa, maderas de tinte y todo grano o
insecto de teñir; mieles, aceite de palma y de coco; mercurio, zarzaparrilla
cruda y substancias similares; paja no trabajada, azúcar que no exceda del
número 16, holandés de color, tabaco en rama, no elaborado; cuantas legumbres
produce el país y cuantas maderas de fábricas –aunque no han de estar
trabajadas- pueblan los bosques; exención, esta última, de marcada valía, si se
tiene en cuenta cuánto abundan las costas de México en muy buenas maderas
empleables en la construcción de los buques, y la posibilidad de que, cediendo
al fin el clamor nacional, se deroguen pronto en los Estados Unidos las leyes
que hacen ahora punto menos que imposible, por lo excesivamente cara, la construcción
de buques en astilleros de la nación.
En cambio
de estas ventajas, México abre sus puertas a todos los productos de hierro que
por mala obra y falaz beneficio del sistema proteccionista sobrecarga hoy a los
mercados americanos, enfermos de plétora; a cuanto se necesita para levantar
pueblos, como por obra de magia; para desmontar selvas, para quebrar montes y
echar, por donde andaban sierpes y fieras, ferrocarriles. Sin más que pocos
productos del suelo, para dar de comer a los nuevos habitantes, con lo que este
artículo permite libre de entrada en México, puede construirse, como por obra
de soplo fantástico toda una nación. La lista es tan numerosa, que absorbería todo
nuestro espacio; ¿qué necesitamos decir, si a lo que va dicho añadimos que el
artículo permite la entrada den México de cuanto un pueblo necesita para arar
toda su tierra, y sembrarla toda, y alimentarla toda, y alimentar a los
agricultores mientras produce, y mover y exprimir las aguas de los ríos, y
penetrar y hacer saltar las ricas minas de todos sus montes?
Resulta,
pues, de la primera ojeada, que el beneficio de México, inmediato en algunos
casos, como el del henequén para Yucatán, es más beneficio de porvenir que de
presente, y nominal que real, puesto que, hoy y por tiempo no breve, México no
puede aumentar sensiblemente la producción de los frutos naturales que hoy
exporta y que coloca con ventaja y sin esfuerzo, ya que Estados Unidos, ya en los
mercados europeos. El azúcar que México produce, ni mejoraría de clase ni
aumentaría en cantidad sin la ayuda de maquinarias poderosas, cuyo efecto vendría
a coincidir probablemente con los últimos años de duración del tratado que se
proyecta. El café mexicano, sobre que tiene asegurado su consumo, aun en años
de depreciación del fruto, como éste, merced a su perfume y vigor, no recibe
con el tratado ventaja alguna, puesto que todo café entra en los Estados Unidos
libre de derechos. Y en general todos los productos mexicanos necesitan, para
súbito crecimiento a que están llamados, más vías por donde ser conducidos –las
cuales están haciendo- y más brazos que los produzcan, los cuales no son tan
fáciles de hacer.
En cambio,
los Estados Unidos ponen inmediatamente en circulación, con interés subido, por
lo pingüe de os frutos de la tierra y la mayor baratura de la colocación de su
caudal, el exceso de riqueza que hoy dedican a operaciones agitadas y
antipáticas de bolsa, por las que comienza a haber visible desgano público; se
crean un cuantiosísimo mercado para muchos productos que les sobran y se ayudan
a mantener, con este canal ancho de exceso de producción, el sistema
prohibitivo, del que creen que necesitan aún sus industrias para llegar más
tarde a competir con las más perfectas europeas. Descargan sus mercados;
emplean a mayor interés su riqueza sobrada; se ayudan a esquivar, por unos
cuantos años, con el nuevo mercado de frutos sobrantes, el problema gravísimo
que viene de la desocupación de los obreros por el exceso de producción de
artículos no colocables –fatal consecuencia del sistema de la protección- e
introducen sin derechos pueblos enteros, ciudades enteras, en un pueblo
limítrofe.
Tal es
la inmediata consecuencia y las ventajas que acarrea el tratado a ambos países.
A México, los medios de producir mañana con exuberancia frutos de que los
Estados Unidos son un considerable consumidor; a los Estados Unidos la
colocación, desde el primer instante, en condiciones ventajosas, de un exceso
de riqueza que coloca hoy desventajosamente el descargo de un mercado forzoso
de sus industrias embarazadas por la sobra de productos no colocables y la
posibilidad de alzar ciudades, sin más autorización ni traba que las que les
otorga el tratado, en un pueblo vecino.
En cuanto
a los demás países de la América, que, por su penosa condición de unos -¡los
más interesados acaso!- y los otros por ese desvío fatal, falta de
intercomunicaciones y baltasárica pereza en que viven, no parecen haberse dado
cuenta de este importante proyecto, y no hay uno acaso que no hubiera a la
larga de sentir en sus resultados. Cuba viv exclusivamente –dejando por un
momento a un lado su tabaco, el que no cuida como debe- de los azúcares que envía,
por mar y con derechos graves de exportación e importación, a los Estados
Unidos. Bien se sabe cómo crea maravillas, con su soplo de fuego, la vida
moderna; tabaco, no parece que pueda producirlo México tan bueno como Cuba;
pero azúcar si puede producirlo tan bueno. Con ferrocarriles, ya en
construcción, que vayan, sin demora ni estorbo en la frontera. Del centro de
los territorios azucareros al centro de los mercados americanos; con la
creación subsiguiente e inevitable de ingenios poderosos, estimulados por la baratura
de la maquinaria, la fertilidad de la tierra y la facilidad de la colocación
del fruto, producirá México dentro de algunos años cantidad extraordinaria de
azúcar, a cuya entrada en los Estados Unidos se opondrán en cano los
cultivadores de Lousiana y Estados análogos, porque la mayor suma de varios intereses
que aprovecharán grandemente, por cierto tiempo, del comercio libre con México,
ahogarán los clamores de la suma menor de interesados en el mantenimiento de una
sola producción. ¿Cómo podrán entonces, en época que todos los datos ya hoy
visibles, y producibles de ellos, hacen parecer no lejana, competir los
azúcares de Cuba, que irán por mar y con derechos a su salida y llegada a los
Estados Unidos, con azúcar de igual clase de México, que irá por ferrocarril,
sin derechos probables de salida y sin derechos de entrada? Ni ¿cómo
competirán, aun con igualdad de derechos? Comete suicidio un pueblo el día que
fía su subsistencia a un solo fruto. México se salvará siempre, porque los
cultiva todos. Y en las comarcas donde se dan preferencia al cultivo de uno, de
la caña o del café, se sufre siempre más, y más frecuentemente, que en comarcas
donde con la variedad de frutos hay un provecho, menor en ocasiones, pero
derivado de varias fuente, equilibrado y constante.
Como
México produce todo lo que los demás Estados de Centro América y de la América del
Sud, y tiene aún territorio inmenso donde extender sus múltiples productos, y
va a recibir ahora superabundancia de medios de producir de que continuarán
careciendo los demás países americanos que le son análogos en producciones, aun
sin contar con la rebaja especial de derechos que conceden los Estados Unidos a
México, y por más que se tuviera en cuenta la posibilidad, que no llega a ser probabilidad,
de que celebrasen los Estados Unidos con los demás países de la América
tratados semejantes al de México, resultaría siempre que en la competencia de
frutos iguales por llegar a un mercado común llevaría ventaja, por precios de flete
frescura del fruto y oportunidad del arribo, el país más cercano.
Tales
apuntes nos sugiere hoy la lectura del proyecto. Con la costumbre, no descaminada
a veces, de buscar causas ruines a los propósito de apariencia y objeto más
loable –han dicho periódicos de los Estados Unidos de tanta valía como el “Sun”,
de New York, y otros de no menor influencia en Washington, que como el tratado
dejaría sin rentas al gobierno de México, que deriva hoy casi todas las suyas
de los derechos de aduanas, -se vería el Gobierno en la necesidad de suspender
el pago a poco de las subvenciones con que auxilia la construcción de
determinadas líneas férreas de empresarios norteamericanos; éstas privadas de
la subvención, quedarían forzadas a interrumpir y a abandonar, acaso, sus
trabajos; y entonces, sobre sus ruinas, continuarían construyendo los
ferrocarriles mexicanos la poderosa compañía no subvencionada, nutrida por los
magnates ferrocarrileros de los Estados Unidos, con cuyos intereses está
íntimamente ligado el general Grant, coautor, si no en la letra, en el espíritu
del proyecto. Pero a este rumor, a pesar de su apariencia racional, no ha de
adscribirse este proyecto de tratado, de tal alcance, de tan profunda
trascendencia, de tanta monta para todos nuestros países. Cuando existen para
un suceso caudas históricas, constantes, crecientes y mayores, no hay que
buscar e una pasajera causa ínfima la explicación del suceso.
Invitamos
a reflexionar sobre el tratado.
*Publicado en La América, Nueva York,
marzo de 1883 Tomo VII, pp. 17-22
Reproducido de “José Martí, obras escogidas”, del Centro
de Estudios Martianos, 1978. Ciudad de La Habana, Cuba.
El Tratado de
Reciprocidad de 1833: ¿una oportunidad perdida?
Graciela
Márquez Colín
Resumen
En enero de 1883 los
representantes de México y los Estados Unidos firmaron un protocolo de un
tratado de reciprocidad comercial mediante el cual se liberalizaría el
intercambio comercial de algunos productos. Sin embargo, la falta de
ratificación por parte del senado norteamericano a raíz de una fuerte oposición
de los azucareros de Luisiana dejó sin efecto el tratado pese a las múltiples
extensiones para lograr su aprobación final. Las consecuencias de este fracaso
afectaron en muy poco la creciente integración de ambas economías a través del
comercio. Pero desde una perspectiva dinámica, este artículo argumenta que el
rechazo del tratado de reciprocidad disminuyó los incentivos para invertir en
la producción y exportación de azúcar, oportunidad que sí fue aprovechada por
otros productores de América Latina.
EL
TRATADO DE RECIPROCIDAD DE 1883: ¿UNA OPORTUNIDAD PERDIDA?
Graciela
Márquez Colín
El
Colegio de México
Introducción
Los tratados comerciales bilaterales suelen ser
vistos por los gobiernos como instrumentos de política para incentivar el
comercio entre las naciones firmantes. Sin embargo, la literatura sobre
comercio internacional ha mostrado que los acuerdos comerciales entre dos o más
naciones no necesariamente cumplen con este objetivo.1 En general, los acuerdos
bilaterales de comercio rendirán frutos en la dirección esperada si la proximidad
geográfica y la complementariedad de las economías están presentes. Pero todo
tratado comercial bilateral también genera una reducción del comercio
(desviación del comercio) con el resto del mundo y en casos extremos disminuye
o incluso revierte la expansión prevista en origen. Estos resultados analíticos
sobre la creación y desviación de comercio son relevantes al considerar las
secuelas de tratados comerciales en el pasado. Recientemente Oliver Accominotti
y Marc Flandreau han puesto en tela de juicio los supuestos efectos que
tuvieron los tratados bilaterales europeos de los años sesenta del siglo xix
sobre los flujos de comercio. La explicación tradicional sostiene que la firma
del tratado Cobden-Chevalier en 1860 desencadenó una serie de acuerdos
bilaterales en Europa occidental ante el temor de una desviación de comercio.
La cláusula de nación más favorecida de cada uno de ellos generó una amplia red
extendiendo la liberalización en favor de los participantes, dando por
resultado una expansión del comercio. Pese a la buena prensa del tratado
Cobden-Chevalier y los que le siguieron, sólo recientemente han sido examinados
sus resultados directos sobre los flujos comerciales de Europa. El trabajo
empírico de Accominotti y Flandreau arroja conclusiones innovadoras que, entre
otras cosas, muestran un inicio de la liberalización comercial en Europa antes
de 1860 y el nulo efecto del bilateralismo para la promoción del comercio
intraeuropeo.2
Relevantes para el estudio empírico del tema, los
tratados firmados por Estados Unidos entre 1776 y 1909 ofrecen evidencia para
estudiar los efectos del bilateralismo sobre los flujos de comercio. Utilizando
un modelo gravitacional, David W. Allen y Stephen Meardon encuentran que los
tratados entre Estados Unidos y los países de América Latina no contribuyeron a
la expansión del comercio. Esta conclusión cuestionaría la efectividad de los
tratados bilaterales para alcanzar el aumento del comercio, al igual que lo
hace el trabajo de Accominotti y Flandreau.3
Este trabajo tiene como objetivo discutir las
implicaciones del fracaso del Tratado de Reciprocidad negociado entre México y
Estados Unidos en 1883 pues, pese a una aprobación inicial, su puesta en marcha
se vio obstaculizada por su rechazo en el Senado estadounidense. En particular
nos interesa señalar que la complementariedad económica y la proximidad
geográfica impulsaron los flujos comerciales en ambos lados de la frontera aun
sin la firma del Tratado de Reciprocidad; en cambio, los flujos de inversión
que pudieron derivarse de un mayor mercado para las exportaciones mexicanas
fueron uno de los costos de su cancelación. El trabajo está organizado en tres
secciones. La primera detalla las negociaciones y proceso de aprobación del
Tratado de Reciprocidad. La segunda analiza el significado del tratado desde el
punto de vista de las exenciones a las exportaciones nacionales. Y la tercera
examina cómo la exportación de azúcar, uno de los productos que despertaron
mayor polémica, no sólo perdió el acceso al mercado estadounidense en
condiciones privilegiadas, sino que canceló la posibilidad de recibir
inversiones que rompieran con la dinámica proteccionista que imperaba en el
sector.
1 El texto clásico
sobre los efectos de los acuerdos comerciales sobre el crecimiento del comercio
es Viner, The Customs Union Issue.
2 Accominotti y Flandreau, “Bilateral treaties and the most-favored-nation
clause”, pp. 147-188.
3 Véase David Allen y Stephen Meardon, “Reciprocity in retrospect:
Progressive and Pernicious Bilateralism in Nineteenth Century U.S. Trade
Policy”, ponencia presentada en la Economic History Association Meetting,
Austin, Texas, septiembre de 2007
EL
TRATADO DE RECIPROCIDAD,
LAS
VICISITUDES DE UNA NEGOCIACIÓN
El 20 de enero de 1883,
los representantes de México y Estados Unidos firmaron el protocolo final de un
Tratado de Reciprocidad entre ambos países. Con ello concluía una etapa
iniciada en los años setenta del siglo xix en la que los promotores del
comercio bilateral insistían en las ventajas de un acuerdo de tal naturaleza
entre las dos naciones vecinas. El interés del gobierno mexicano por impulsar
el comercio recíproco estuvo asociado a la puesta en práctica de un tratado
entre Estados Unidos y Hawai en 1875 y de cuyo estudio se esperaba obtener
algunas lecciones y posibles rutas de negociación de un acuerdo similar. La
recomposición del mercado del azúcar por las ventajas arancelarias otorgadas a
los productores de Hawai fue probablemente el tema más llamativo de este
acuerdo en los círculos oficiales de México. En 1877 el entonces secretario de
Hacienda Matías Romero formó una comisión para estudiar la pertinencia de
obtener los mismos privilegios otorgados a Hawai bajo el amparo del aún vigente
Tratado de Comercio y Amistad de 1831. Los productores de Morelos tuvieron el
privilegio de opinar directamente respecto a este tema a través de sus
representantes entre los 17 miembros de la comisión y su influencia fue
evidente en las desalentadoras conclusiones respecto a lo altamente ventajoso
del tratado para Estados Unidos, y por lo tanto “sería muy inconveniente a los intereses
de México el pretender que sus estipulaciones se hicieran extensivas a este
país”.4
Por otra parte, los
comisionados consideraron que obtener los mismos beneficios otorgados a Hawai
sería sólo una prerrogativa temporal pues otras naciones negociarían las mismas
condiciones. En particular expresaron su recelo respecto a un posible tratado
con Cuba. Por ejemplo, los comisionados preveían una fuerte competencia de los
refinadores estadounidenses, al señalar que: “la importación de azúcar refinada
que en el día se verifica en pequeña cantidad, llegaría a desarrollarse
indudablemente hasta el punto de arrebatarle a la que se refina en el país el
poco consumo que hoy tiene”.5
A pesar de ser
beneficiarios directos de las rebajas arancelarias, los azucareros de Morelos
se mostraron renuentes a sujetarse a las reglas de un mercado más competitivo
prefiriendo la “tradición de confortable seguridad” que les ofrecía el mercado
interno.6 Con beneficios inciertos en el ramo del azúcar los costos en los que
incurriría el país eran entonces demasiado altos a causa de los posibles daños
ocasionados por la entrada de importaciones estadounidenses libres de arancel.
Es decir, se temía que los efectos desiguales que provocarían los flujos de
comercio sobre las estructuras económicas internas de cada país otorgaran
cierta ventaja en favor de las manufacturas estadounidenses.
Por lo que deja ver el
tono del informe realizado tras la propuesta de dicho acuerdo comercial, la
celebración de una negociación con base en las concesiones cedidas a Hawai
resultaba muy complicada. Pero el comercio recíproco se mantuvo en la agenda
del gobierno mexicano y en particular en los proyectos de la Secretaría de
Hacienda. La publicación de un informe sobre las condiciones comerciales y
productivas de México, escrito por el diplomático estadounidense John B.
Foster, creó una ocasión propicia para insistir en el tema. Al aclarar algunas
opiniones e interpretaciones mal fundadas respecto al comercio entre ambos
países, Romero aprovechó para postular que la reciprocidad era el camino idóneo
para fortalecer el intercambio comercial entre México y Estados Unidos. Atento
a la escena internacional, hizo eco de la apreciación generalizada de los
efectos positivos del Tratado Cobden-Chevalier sobre el comercio entre Gran
Bretaña y Francia y cómo otras naciones europeas habían decidido seguir el
mismo camino. Con base en estas ideas, la reciprocidad comercial entre México y
Estados Unidos era previsiblemente una medida adecuada para aumentar los flujos
comerciales entre ambos países.7
En el lado
estadounidense, la reciprocidad se centró en el interés por profundizar la
relación comercial con los países del hemisferio occidental. El tratado con
Canadá de 1854 aumentó el comercio, pero durante las negociaciones para ampliar
su vigencia algunos temores de anexión por parte de los canadienses dañaron las
perspectivas para la renovación del acuerdo. Sin embargo, el resentimiento de
los estados del norte por la actitud amistosa mostrada por el gobierno
canadiense hacia los estados sureños durante la guerra civil, fue un factor aún
más decisivo para el rechazo de la ampliación del tratado una vez que el plazo
de 10 años originalmente acordado llegó a su término.8
A principios de los
años ochenta, el gobierno de Estados Unidos orientó sus esfuerzos hacia el
fortalecimiento de las relaciones económicas con el resto del continente. En
esta política México era considerado un primer eslabón para ampliar las
relaciones comerciales con América Latina, dada la proximidad geográfica, el
desarrollo de líneas férreas y la complementariedad de las dos economías. En
1881 Warren Sutton, cónsul estadounidense en Matamoros, reportó con gran
optimismo:
El rápido incremento de
la población en los estados y territorios a lo largo de esta frontera, ayudado
por el desarrollo del sistema de ferrocarriles que conectan con los
ferrocarriles mexicanos que llevan hacia el interior hacen que no sea
improbable que el tráfico internacional terrestre se pueda duplicar o
cuadruplicar en la próxima década. El tráfico marítimo de Nueva York, Nuevo
Orleáns y San Francisco también se incrementará ampliamente. Los intereses
manufactureros de los Estados Unidos están buscando un mercado en cada punto
del mundo, y, considerando su localización y requisitos comerciales, ninguno es
más valioso que […] México.9
En ese mismo año, los
contactos diplomáticos para crear una relación más cercana con América Latina
fueron encabezados por el secretario de Estado James Blaine, cuya primera
acción consistió en convocar a una reunión a fin de discutir los problemas
comunes.10 Sin embargo, esta primera conferencia nunca se llevó a cabo puesto
que el sucesor de Blaine, Frederick Frelinghuysen, retiró las invitaciones al
poco tiempo.11 Este viraje en la política fue, como bien apuntó Walter LaFeber,
un asunto de preferencia del multilateralismo sobre el bilateralismo y no un
abandono del interés en América Latina. Una confirmación de este argumento fue
la iniciativa del gobierno del presidente Arthur para entablar un acuerdo
comercial con México a mediados de 1882. Sobre este punto, Paolo Riguzzi ha
señalado la necesidad de no circunscribir el interés del tratado exclusivamente
a la búsqueda de mercados en América Latina, pues de hacerlo éste aparecería
como el detonante de las negociaciones, lo cual implica excluir del análisis
“las dinámicas de la interacción económica bilateral”.12 En efecto, el
crecimiento del comercio que se registró a principios de la década de los años
ochenta como resultado de la construcción de ferrocarriles provocó un aumento
del comercio sin precedentes. En consecuencia parece más certero tomar en
cuenta por un lado la búsqueda de mercados en América Latina y por otro la
necesidad de dar cauce al creciente flujo de productos desde y hacia México
como los factores desencadenantes del inicio de las negociaciones comerciales.
La iniciativa del
presidente Arthur fue acogida con beneplácito por los promotores mexicanos de
la reciprocidad encabezados por Romero, entonces ministro plenipotenciario de
México en Washington, quien de inmediato procedió a elaborar un primer
protocolo en el verano de 1882 pese al escepticismo mostrado por algunos
integrantes del gabinete de Manuel González. En México, las resistencias
iniciales al tratado fueron finalmente superadas gracias al intenso cabildeo
del diplomático mexicano, quien insistió en la pertinencia del tratado y sus
ventajas para el país. En diciembre el presidente nombró a Romero y al general
Estanislao Cañedo como representantes de México para la firma del Tratado de
Reciprocidad, con la condición de que el proyecto de protocolo se mantuviera
sin modificaciones. El gobierno estadounidense respondió con interés, nombrando
como representantes a Ulises Grant y Henry Trescot, ambos con claras simpatías
hacia el comercio recíproco.13 Las negociaciones formales del Tratado de
Reciprocidad tuvieron lugar en enero de 1883 y fueron suficientes sólo cuatro
sesiones para lograr la aprobación del texto, lo cual fue posible debido a que
los comisionados mexicanos tenían instrucciones precisas de no modificar el
borrador inicial.14
El protocolo firmado
establecía que Estados Unidos aceptaría la entrada de 30 productos libres de
arancel, de los cuales más de la mitad ya estaban exentos de dicho cobro y cuya
composición correspondía preponderantemente al rubro de materias primas (véase
el cuadro 1 en el anexo).15 Al tomarse en cuenta sólo las importaciones
gravadas, la pérdida por ingresos aduanales sumaba 179 075 dólares, de los
cuales poco más de 40% provendría de la entrada libre de azúcar al mercado
estadounidense.16 A su vez, México se comprometía a eximir a 73 productos
estadounidenses, de los cuales 51 ya estaban en la lista de productos libres de
arancel (véase el cuadro 2 en el anexo). Vale la pena mencionar que las
manufacturas de algodón no recibieron ninguna rebaja arancelaria a pesar del
interés estadounidense, pues ello hubiera implicado afectar a uno de los rubros
de ingresos arancelarios más importantes para las finanzas públicas mexicanas y
una de las ramas productivas desarrolladas al amparo de poco más de medio siglo
de barreras proteccionistas. Pese a esta exclusión y de acuerdo con cifras de
1882-1883, el total de derechos a los que México renunciaba alcanzaban un monto
de 668116 dólares. Esto es, las concesiones arancelarias estipuladas en el
Tratado de Reciprocidad favorecían a Estados Unidos en casi 500000 dólares.
El protocolo firmado
por los cuatro comisionados era un primer paso para dar cauce al comercio
recíproco entre ambos países. Sin embargo, su puesta en vigor dependería de la
ratificación que, en un plazo máximo de doce meses, deberían otorgar los
senados de ambos países. Además, el gobierno mexicano estipuló que esperaría la
ratificación del Senado estadounidense antes de solicitar su aprobación en el
país. Pero el proceso en ambas cámaras se vio entorpecido por la acción de
grupos de presión y opiniones adversas al Tratado de Reciprocidad, a lo cual se
sumaría la dinámica política interna en cada país. En febrero de 1883 el Senado
estadounidense recibió el texto del Tratado de Reciprocidad para su aprobación,
pero la deliberación se pospuso hasta un nuevo periodo de sesiones. Al hacerse
público, el tratado despertó una fuerte oposición encabezada por los
productores de azúcar de Luisiana, quienes demandaban protección ante la
posibilidad de la competencia mexicana. Su argumento se centró en la capacidad
de producción de México y su efecto ruinoso sobre los productores
estadounidenses, de por sí perjudicados por la competencia de las importaciones
hawaianas. En cambio, la pérdida de ingresos aduanales favorecería
exclusivamente a los intereses de las compañías ferrocarrileras del
suroeste, las refinerías de azúcar en San Luis Missouri y a los hacendados
extranjeros.17 Por el lado de las prerrogativas obtenidas por los exportadores
estadounidenses, las críticas enfatizaron que México podría extender los mismos
beneficios a competidores europeos a través de la cláusula de nación más
favorecida de sus acuerdos comerciales vigentes. Incluso antes de la firma del
Tratado de Reciprocidad Matías Romero había previsto la reacción adversa de los
plantadores de Luisiana y otros críticos, pero juzgó posible enfrentarla con
éxito.18
Al reanudar sus
sesiones en enero de 1884 el Comité de Relaciones Exteriores del Senado
estadounidenses presentó un dictamen favorable a la ratificación del Tratado de
Reciprocidad, sin embargo, su discusión en el pleno unificó a los sectores
opositores quienes lo rechazaron por una diferencia de un voto. El periodo de
12 meses concedido para la ratificación del Tratado de Reciprocidad fue
extendido seis meses más, lo cual permitió que una nueva votación en el Senado
lo aprobara por un estrecho margen gracias a la activa participación del
secretario de Estado Frelinghuysen.19 No obstante, la oposición logró
introducir una enmienda que estipulaba que la Cámara de Representantes debería
aprobar las leyes que hicieran efectivo el Tratado de Reciprocidad. Esta
modificación no sólo extendía el proceso de aprobación más allá de lo
inicialmente acordado, sino que también daba a los opositores una nueva
oportunidad de frenar el tratado con México.
Con la ratificación del
Tratado de Reciprocidad por parte del Senado estadounidense se cumplía la
condición impuesta por el gobierno mexicano para enviar al Senado el protocolo
firmado en enero de 1883. Así procedió el Ejecutivo y los legisladores lo
aprobaron el 18 de mayo de 1884. Para esa fecha sólo faltaba que la Cámara de
Representantes de Estados Unidos aprobara las leyes para la operación del
tratado, requisito que parecía podría cumplirse sin mayor dificultad de acuerdo
con Abram Hewitt, miembro del Comité de Medios y Arbitrios quien elaboró el
proyecto de ley correspondiente.20
Lo que parecía un
último trámite para la entrada en vigor del Tratado de Reciprocidad se
convirtió en un obstáculo insalvable frente a los objetivos divergentes de la
política exterior de la administración del presidente Arthur y la dinámica de
la sucesión presidencial en Estados Unidos. En 1884 el Tratado de Reciprocidad
con México no fue el único acuerdo comercial impulsado por Frelinghuysen. Su
interés en los acuerdos bilaterales lo llevaron a concretar negociaciones con
España para Cuba y Puerto Rico, así como con República Dominicana y Gran Bretaña
para las Indias Occidentales. En otros casos, como los de El Salvador,
Guatemala, Colombia y Venezuela, hubo acercamientos iniciales pero sin ninguna
negociación formal. En cuanto al tratado con Hawai, próximo a expirar,
Frelinghuysen solicitó su extensión. Además del interés en tratados de
reciprocidad, en julio de 1884 Frelinghuysen consiguió apoyo en el Congreso
para enviar a tres comisionados a explorar las potencialidades de expansión
económica en América Latina.
La discusión de la
política exterior se trasladó al ámbito de la política interna durante el
proceso de sucesión presidencial. El candidato republicano a la presidencia
James Blaine –partidario del acercamiento comercial con Latinoamérica a
principios de la década, cuando se desempeñó como secretario de Estado– propuso
una política de expansión en América Latina a través de una unión aduanera de
carácter hemisférico. Fue precisamente durante su gestión como secretario de
Estado y principal encargado de las relaciones con los países latinoamericanos
cuando se dirigió uno de los ataques demócratas contra Blaine cuestionando su
efectividad para incrementar el intercambio comercial.2
La victoria del
candidato demócrata Grover Cleveland trajo consigo una mayor resistencia hacia
un acercamiento de mayor alcance en la región y alejó las posibilidades de un
apoyo decisivo del Ejecutivo hacia el tratado con México. Todo ello
seguramente menguó el optimismo de Hewitt y sus trabajos para conseguir la
dilatada ratificación. Aún antes de la discusión del proyecto de ley para poner
en marcha el Tratado de Reciprocidad en el seno de la Cámara de Representantes,
la oposición del Senado a la ratificación de un acuerdo similar con España
despertó nuevos ataques hacia el acuerdo con México. En un largo discurso, el 7
de enero de 1885, el senador por Vermont, Justin S. Morrill cuestionó los
procedimientos de aprobación de todos los tratados de reciprocidad por
considerarlos imposiciones del Ejecutivo al Congreso y por tanto violatorios a
la Constitución. En cuanto al comercio recíproco con México, Morrill
desacreditó cualquier posible beneficio, pues en su opinión el Tratado de
Reciprocidad concedía exenciones a productos con efectos perjudiciales a los
agricultores estadounidenses sin que a cambio se obtuvieran ventajas evidentes
para ningún otro sector pues se excluía la libre entrada de textiles al
mercado mexicano. Más aún, expresó el temor de un movimiento forzado de
capitales y recursos empleados en la ganadería y la producción de azúcar y
tabaco desde Estados Unidos hacia México.22 De esta manera, el legislador por
Vermont hacía eco de los temores de los azucareros de Luisiana tanto por la
entrada en vigor del Tratado de Reciprocidad como también por la
ratificación del tratado con España y la extensión del de Hawai. El
discurso de Morrill ejemplificaba las voces de descontento del Senado con
la firma de los tratados de reciprocidad. A pesar de los esfuerzos de Frelinghuysen
por demostrar que la reciprocidad era un medio efectivo para garantizar la
expansión del comercio, la proximidad del cambio de administración, así como la
oposición mostrada por los azucareros de Luisiana y un grupo importante de
congresistas hacia la disminución de las barreras arancelarias complicaron la
ratificación de los acuerdos comerciales pendientes con España, la República
Dominicana y las Indias Occidentales. En el caso de la extensión del tratado de
reciprocidad con Hawai, las lentas y difíciles negociaciones en el interior del
Congreso, en el Senado, retrasaron su aprobación hasta principios de 1887.
La actitud crítica del
Senado hacia los tratados de reciprocidad con España y la República Dominicana
fortaleció la oposición al tratado con México. Unas semanas después del
discurso de Morrill en el Senado, Hewitt fracasó en su intento de dictaminar la
iniciativa de ley para la entrada en vigor del Tratado de Reciprocidad en tres
ocasiones.23 Como parte de los esfuerzos para convencer a los congresistas, el
7 de febrero Hewitt pronunció un discurso en la Cámara de Representantes en
donde trató de diferenciar el tratado con México de los promovidos
recientemente por Frelinghuysen, pero también del firmado con Canadá. Central
para su defensa fue su énfasis en la complementariedad de las dos economías:
“[L]os dos países son complementos de cada uno geográfica y físicamente […]
Juntos producen casi todo artículo conocido en el comercio mundial; abarcan
todas las variedades de clima; y a la fecha son fuente de los metales preciosos
que forman la base de las transacciones comerciales del mundo”.24
Respecto a la oposición
por parte de los azucareros de Luisiana, Hewitt aseguró que si bien en el
pasado ese estado producía 60% del azúcar del mercado estadounidense, la falta
de rentabilidad lo situaba en ese momento en tan sólo 9.52%. Además agregó que
la producción potencial de México no parecía poner en riesgo a un sector que ya
estaba en declive. Aunque altamente favorable al Tratado de Reciprocidad, el
discurso de Hewitt no fue suficiente para convencer al resto de los integrantes
del comité de medios y arbitrios de elaborar un dictamen para su ratificación
en el pleno. La Cámara de Representantes volvió a ocuparse del tema hasta
principios de 1886, cuando el proyecto de ley elaborado por Hewitt se había
turnado dos años antes a una sub-comisión de Hacienda para su discusión. Al
cabo de unos meses, el 20 de mayo el representante Maybury presentó al comité
de medios y arbitrios un dictamen desfavorable para la puesta en práctica del
Tratado de Reciprocidad por considerarlo ventajoso para México y no para
Estados Unidos. Se repetían los temores de una competencia del azúcar mexicano
(a la que se había agregado el tabaco) en condiciones preferenciales y en
contra de los productores locales: “el tráfico libre pesa casi exclusivamente
sobre nuestros agricultores, porque se verá que ese tráfico es de productos del
suelo traídos en desfavorable competencia con esta clase de nuestro pueblo”.25
Más adelante el dictamen hacía eco de las posturas del Partido Demócrata,
descalificando a los tratados de reciprocidad como medio para el crecimiento
del comercio: “reformad y reducid el arancel, y ni ofrezcáis ni pidáis tratados
o cláusulas especiales a otra nación, sino competid franca, equitativa y honradamente
en los mercados del mundo con el tráfico de todas las naciones”.26 La votación
dentro del comité de medios y arbitrios se dividió: siete miembros aceptaron el
dictamen escrito por Maybury, dos se abstuvieron, mientras que Hewitt decidió
redactar un voto particular donde expresaba su desacuerdo y volvía a enfatizar
las ventajas del Tratado de Reciprocidad.27 El proyecto de ley se presentó al
pleno el 23 de julio de 1886, y por amplía mayoría se decidió posponer su
discusión.28 Lo que siguió fue simplemente una dilatada ruta hacia el abandono
de la reciprocidad comercial propuesta hacía casi una década. Aunque
técnicamente la Cámara de Representantes aún tenía hasta mayo de 1887 para
legislar sobre el Tratado de Reciprocidad, ni Hewitt ni ningún otro
representante volvieron a proponer la discusión del proyecto de ley. El 6 de
diciembre de 1886, al inaugurar el segundo periodo de sesiones del Congreso, el
presidente Cleveland urgió al Congreso a aprobar la ley para hacer efectivo el
Tratado de Reciprocidad, aunque también manifestó su interés por firmar un
Tratado de Amistad, Comercio y Navegación.29 En mayo de 1887, al expirar la
segunda extensión del plazo para promulgar la legislación para la puesta en
práctica del Tratado de Reciprocidad, se cerró en forma definitiva la
posibilidad de concretar lo pactado el 20 de enero de 1883.30
El gobierno mexicano
siguió detenidamente el derrotero del Tratado de Reciprocidad en el Congreso
estadounidense. El activismo de Matías Romero permitió conocer a las autoridades
mexicanas paso a paso las reacciones de los círculos oficiales y la prensa
estadounidenses. El propio presidente Díaz, en su segundo periodo presidencial
iniciado en diciembre de 1884, trató de vencer las resistencias iniciales al
Tratado de Reciprocidad. Al entrevistarse con los comisionados de Centro y
Sudamérica, Díaz auguró beneficios derivados del tratado para ambos países y se
comprometió a aceptar una ampliación de las negociaciones si así lo propusiera
Estados Unidos.31
Fuera de los círculos oficiales, el interés
por el Tratado de Reciprocidad durante los dos primeros años que siguieron a la
firma del protocolo de enero de 1883 fue escaso. Una de las primeras
referencias se registró a tan sólo unos días de culminada la primera etapa; el
argumento principal validaba las voces estadounidenses que lo calificaban como
una política anexionista.32 No obstante, la prensa mexicana se ocupó in extenso
del tema sólo hasta fines de 1885 cuando el Tratado de Reciprocidad había sido
ratificado por los senados de ambos países y sólo estaba pendiente que la
Cámara de Representantes de Estados Unidos promulgara las leyes
correspondientes para su entrada en vigor.33 Los críticos centraron sus ataques
en la inexistencia de un arreglo realmente recíproco y la imposibilidad de
aprovechar las supuestas ventajas obtenidas por el tratado,
[P]retender que el tal
tratado es conveniente a México, cuando no estamos en posesión de los productos
que debemos cambiar (excepción del henequén) por los que [de] allá deben venir,
es el colmo del desvarío… y negar que México será completamente invadido por
los artefactos de los Estados Unidos de que están repletos sus almacenes,
cuando nosotros estamos perfectamente imposibilitados de llevar nuestros
productos, porque no los tenemos sobrantes, es querer tapar el sol con una
mano.34
En respuesta a estos y
otros ataques se aglutinaron las editoriales y artículos de los defensores del
Tratado de Reciprocidad encabezados por el mismo Romero, quien desde Washington
siguió de cerca el debate en la prensa mexicana. Los promotores del Tratado de
Reciprocidad repitieron una y otra vez que al estrecharse las relaciones
comerciales con Estados Unidos los sectores exportadores serían estimulados por
la demanda del mercado estadounidense. Además, las concesiones que otorgaba
México no ponían en peligro ninguna industria nacional. Aparentemente el debate
en la prensa mexicana durante el primer semestre de 1896 tuvo escasa
repercusión entre los congresistas estadounidenses responsables de la
aprobación del proyecto de ley para la entrada en vigor del Tratado de
Reciprocidad. En cambio, Matías Romero utilizó el discurso del senador Morrill
de principios de ese mismo año para descalificar los argumentos en contra del
tratado utilizados por El Nacional, uno de los diarios capitalinos que lanzó
más duros ataques contra el Tratado de Reciprocidad.35 Los artículos en la
prensa nacional continuaron apareciendo a lo largo del año y durante los
primeros meses de 1887, periodo en el cual la oposición al acuerdo comercial
con México se intensificaba entre los congresistas estadounidense y, por lo
tanto, se debilitaban considerablemente las probabilidades de su aprobación.
¿QUÉ
SIGNIFICABA EL TRATADO DE RECIPROCIDAD?
El contenido del
Tratado de Reciprocidad firmado en enero de 1883 especificó que durante siete
años el gobierno de México admitiría libres de arancel un total de 74 productos
mientras que Estados Unidos haría lo propio para 29 productos (véanse los cuadros
1 y 2 del anexo). Como era de esperarse, el contenido específico del tratado
reflejaba la especialidad productiva de ambos países: las materias primas o
bienes con un mínimo de procesamiento formaban la lista de exportaciones
mexicanas, en tanto que manufacturas, utensilios, maquinaria y equipo
predominaban en la lista de bienes estadounidenses. Menos evidente a primera
vista era la importancia del mercado estadounidense para más de un tercio de
los bienes negociados. Como lo muestra la tabla 1, del grupo de exportaciones
mexicanas a ser admitidas libres de arancel en las aduanas estadounidenses,
casi una tercera parte tenía su principal destino en el país vecino, es decir,
la concentración en el mercado estadounidense era un fenómeno que ocurría ex
ante la firma del Tratado de Reciprocidad. Y esa era precisamente la apuesta de
los promotores del comercio recíproco del lado mexicano: aprovechar esa
condición y ampliarla a partir de los enlaces hacia atrás y hacia delante
surgidos de la construcción de vías férreas en los años ochenta con la
finalidad de formar una plataforma exportadora para los productos agropecuarios
y materias primas.
Tabla
1
PARTICIPACIÓN
DE LOS ESTADOS UNIDOS COMO DESTINO DE ALGUNOS DE LOS PRODUCTOS MEXICANOS
INCLUIDOS EN EL TRATADO DE RECIPROCIDAD
Porcentaje %
|
Productos
|
Menos de 40
|
Guano
Maderas
tintóreas
Madera
sin labrar
Tabaco
|
40-59
|
Azúcar
|
60-79
|
Café
Cebada
|
80 o más
|
Animales
vivos
Camarones
y mariscos
Cueros
Fruta
fresca
Henequén
Hule
|
Fuente:
elaboración propia con base en Estadísticas Económicas del Porfiriato, 1960.
Si bien la concentración de las exportaciones mexicanas en el mercado estadounidense podría ser un factor que propiciara una fuerte dependencia de los ciclos económicos de Estados Unidos, el tamaño de las economías jugaba a favor de México. Con excepción del henequén, el resto de los productos mexicanos comprendidos en el Tratado de Reciprocidad tenían participación muy baja en el mercado de importaciones de Estados Unidos. De los 13 productos para los que Tabla 1 participación de los estados unidos como destino de algunos de los productos mexicanos incluidos en el tratado de reciprocidad Porcentaje % Productos Menos de 40 Guano Maderas tintóreas Madera sin labrar Tabaco 40-59 Azúcar 60-79 Café Cebada 80 o más Animales vivos Camarones y mariscos Cueros Fruta fresca Henequén Hule Fuente: elaboración propia con base en Estadísticas Económicas del Porfiriato, 1960. 1436 Graciela márquez colín hay datos disponibles, las exportaciones mexicanas alcanzaban en promedio 4.3% del total (véase la gráfica 1). Dicho de otra manera, se abrían perspectivas favorables de crecimiento no sólo por la ventaja de la desgravación arancelaria sino por el tamaño del mercado y las potenciales ganancias por un aumento en la posición relativa de los productos mexicanos.
La baja participación
de las exportaciones mexicanas en el mercado de Estados Unidos era un indicador
de las potencialidades de crecimiento abiertas por la exención arancelaria,
siempre y cuando la oferta de exportaciones mexicanas fuera lo suficientemente
elástica. En efecto, con el Tratado de Reciprocidad esos bienes adquirían una
posición privilegiada frente a los de otros países competidores una vez
eliminados los aranceles de entrada y se convertían en candidatos a sustituir
al comercio de otras naciones. Así, el tabaco, azúcar, frutas frescas, carne de
res, cuya participación no rebasó en ningún caso 2% del total de importaciones
de Estados Unidos, tenían ante sí enormes posibilidades de desplazar a los
productos provenientes de otros países. La misma condición pudo existir para
las legumbres y las flores pero los datos sobre su importancia relativa en el
mercado estadounidense no están disponibles en las series estadísticas para
principios de los años ochenta. De la misma manera, los productos que ya
gozaban de exención en el arancel de Estados Unidos mantendrían el mismo
estatus, al menos por siete años, sin temer a giros en la política comercial
estadounidense. Las exportaciones mexicanas en este segundo grupo incluían el
henequén, maderas tintóreas, café, añil, correas de cuero, cueros y pieles,
esparto, huevos, hule, paja, zarzaparrilla y maderas. En suma, el Tratado de
Reciprocidad creaba un estímulo para aumentar el flujo comercial en ciertos
productos gravados hasta ese momento mientras que dotaba de certidumbre a otro
grupo ya con acceso libre.
Detrás de la liberalización
comercial para los productos incluidos en el Tratado de Reciprocidad estaba un
modelo de desarrollo que privilegiaba la especialización productiva basado en
las ventajas comparativas del comercio tal y como lo describe la teoría clásica
del comercio internacional. Partiendo del supuesto de que México contaba con
una dotación de factores que le permitía una especialización en la producción
de materias primas, el acceso al mercado estadounidense en condiciones de libre
comercio consolidaba una estrategia de crecimiento de largo plazo en donde la
especialización en la producción jugaba un papel central. La apertura de un
mercado muy grande y en crecimiento fue, sin duda, uno de los argumentos que
con más frecuencia utilizaron sus promotores para vencer las resistencias hacia
el tratado.
Parece por lo mismo
claro que la única manera posible y eficaz de aumentar este tráfico, sería
impulsar el aumento de la producción en México, y si este impulso fuese causado
por capitales o empresas norteamericanas, es seguro que los ciudadanos de los
Estados Unidos recogerían los beneficios del aumento proporcional que
resultaría en la importación, y con el transcurso de poco tiempo vendrían a
tener un comercio con México de mucha mayor importancia que el de las naciones
europeas.36
La postura de que el
Tratado de Reciprocidad atraería inversiones estadounidenses a los sectores
exportadores también prevaleció en sus promotores del lado estadounidense. En
1885, cuando aún estaba pendiente la resolución de la Cámara de Representantes,
el presidente Cleveland puso de relieve las inversiones estadounidenses como
instrumento de desarrollo en México: “la gran afluencia de capitales y de
empresas en México procedentes de los Estados Unidos, continúa siendo un
auxiliar del desarrollo de los recursos de nuestra hermana República,
aumentando de esa manera su bienestar material”.37 Por lo anterior puede
suponerse que la entrada en vigor de un acuerdo comercial elevaría los flujos
de inversión, provocaría un aumento de la capacidad productiva y por ende un desplazamiento
de la curva de oferta de las exportaciones mexicanas hacia la derecha (S’), tal
como se muestra en la gráfica 3. Este cambio, aunado a la exención arancelaria,
permitiría ofrecer el producto a un precio como P*, siendo menor de P1 pero
mayor a P0. En consecuencia, se ampliaría la proporción del mercado controlada
por los productores mexicanos a un precio redituable mayor al prevaleciente
antes de la desgravación arancelaria. Desde la perspectiva mexicana, el Tratado
de Reciprocidad ofrecía ventajas en la expansión de las exportaciones toda vez
que la penetración de los productos negociados en el mercado estadounidense era
pequeña; pero además contaba con capacidad no utilizada que podría atraer
inversión. Tal era el caso del azúcar, el café y el hule, entre otros, para
ampliar sus exportaciones. En la siguiente sección expondremos algunas
conjeturas respecto al costo del fracaso del Tratado de Reciprocidad en el
sector azucarero.
EL
TRATADO DE RECIPROCIDAD Y EL AZÚCAR
En los años finales del
siglo xix en México y Estados Unidos se registró una integración comercial sin
precedentes. En este sentido, el dilatado procedimiento de ratificación del
Tratado de Reciprocidad y su abandono final no parece haber influido en la
expansión de las importaciones y exportaciones en ambos lados de la frontera.
En palabras del historiador Walter LaFeber:
En 1860, el comercio de
los Estados Unidos con México llegó a los 7 millones de dólares. Para 1890 se
había cuadruplicado y en 1900 alcanzó los 64 millones de dólares. Tales
resultados se habían alcanzado sin los beneficios de un tratado de reciprocidad
negociado nada menos que por el recientemente retirado presidente Ulyses Grant.38
Sin embargo, desde la
perspectiva de las ganancias dinámicas del comercio recíproco el fracaso del
tratado comercial detuvo la inversión –nacional y extranjera– en el sector
azucarero. Ya desde 1877 Matías Romero mostró interés por el tratado de Hawai
con la expectativa de impulsar, mediante un acuerdo similar, la exportación de
azúcar. Sin embargo, la postura dominante de los hacendados de Morelos en la
comisión designada para su estudio fue determinante para rechazar tal idea al
concluir que tanto la baja capacidad exportadora del país como las mejores
condiciones de los mercados de Gran Bretaña y Alemania reducían el atractivo de
una rebaja arancelaria para el azúcar en el mercado estadounidense. Puesta en
estos términos, la conclusión no era sino “una profecía destinada a cumplirse,
al ser elaborada por los directos interesados, los hacendados de Morelos”.39
Efectivamente, protegidos por el arancel, los productores de azúcar tenían
acceso privilegiado a un mercado cautivo, libre de todo tipo de competencia, y
por lo tanto un escaso interés en el mercado internacional. Las exportaciones,
cuando se presentaban, eran más un mecanismo de ajuste a la acumulación de
inventarios que una participación activa en el comercio internacional.40
Más tarde, durante las
negociaciones del Tratado de Reciprocidad y su proceso de ratificación, las
posturas respecto a la capacidad exportadora de México volvieron a aparecer en
el debate, primero entre los productores de Luisiana y a partir de 1885 y hasta
1887 en México. Romero y los promotores del comercio recíproco aseguraban con
gran vehemencia las extraordinarias potencialidades del sector y consideraban
que el acceso privilegiado al mercado estadounidense constituiría el estímulo
necesario para desarrollar una plataforma exportadora equiparable a la de otras
naciones.41 Las ventajas del sector azucarero nacional también fueron reconocidas
por el cónsul inglés, quien reportó que México podría competir con el azúcar
cubana y puertorriqueña en el mercado estadounidense incluso sin contar con el
apoyo del Tratado de Reciprocidad.42
La insistencia de
Romero sobre la enorme capacidad productiva del país alienó a propios y
extraños. En respuesta a su optimismo, los críticos al Tratado de Reciprocidad
señalaron los altos costos de producción como un obstáculo insalvable para
poder aprovechar las ventajas derivadas del libre acceso al mercado
estadounidense.43 Más aún, en un tono bastante sombrío se preveía un futuro
poco alentador, “aún por muchos años no podremos concurrir en el mercado de los
Estados Unidos con nuestra azúcar, si no es abaratando con mucho el costo de
nuestra producción, lo que nunca podremos alcanzar”.44 Esta crítica partía del
supuesto de una inflexibilidad de los costos a la baja en las zonas
productoras. Como corolario la estructura de la producción se convertía en un
impedimento serio para el crecimiento de las exportaciones. No obstante, lo que
no consideraba esta interpretación eran los efectos de una inyección de capital
dentro y fuera de las zonas productoras. En efecto, era posible esperar una
mejora de la base tecnológica y la productividad de la producción azucarera si
se invertían capitales tanto en las zonas en operación como en otras regiones
del país. Existe alguna evidencia que confirma que el Tratado de Reciprocidad
despertó interés por invertir en la producción de azúcar en México: en 1884 R.
B. Scudder, miembro del Sugar Exchange de Estados Unidos, se refirió a la falta
de fomento de la producción azucarera mexicana y de las compras de maquinaria
en anticipación a la aprobación del Tratado de Reciprocidad. En este mismo
sentido, en 1887, el cónsul estadounidense en Guerrero reportó que existían
condiciones para el desarrollo de la producción de azúcar en ese estado, mismas
que se desarrollarían si entraba en vigor el Tratado de Reciprocidad. Además
agregó que el incremento en la producción de caña de azúcar traería consigo
mayor demanda de maquinaria y equipo.45
¿Realmente el Tratado
de Reciprocidad podía incentivar nuevas o mayores inversiones en la producción
de azúcar en México? Para contestar esta pregunta consideramos tanto los
efectos de acuerdos comerciales sobre los flujos de capitales registrados en
otros países como el desempeño de la producción en México en el largo plazo.
Por el lado de los países con acuerdos comerciales para rebajar o eximir de
pagos a las exportaciones de azúcar hacia Estados Unidos, la inversión aumentó
y se fortaleció la plataforma exportadora. Este efecto fue visible en una serie
de tratados de reciprocidad concretados en 1891 y 1892 con base en aranceles
diferenciados fijados en el arancel McKinley. Estados Unidos aplicaría las
tasas más bajas al azúcar, café y otras materias primas a las exportaciones
provenientes de países que otorgaran un trato preferente a los productos
estadounidenses. En esta ronda de reciprocidad se negociaron tratados con
Brasil, España (para Cuba y Puerto Rico), República Dominicana, Indias
Occidentales, El Salvador, Guatemala, Nicaragua y Honduras.46 Aunque éstos
tuvieron una corta duración y sólo estuvieron en vigor menos de tres de años al
ser sustituidos por las nuevas reglas del arancel WilsonGorman de 1894, hay
indicios de un comportamiento al alza en los recursos destinados a la
producción de azúcar.
Un ejemplo de cómo se
incentivó la inversión en el sector azucarero fue la firma de un tratado de
reciprocidad con Guatemala. Al cancelarse las tasas arancelarias diferenciadas
del arancel McKinley en 1894, el ministro guatemalteco en Washington protestó
ante el gobierno de Estados Unidos pues
[…] grandes sumas de
dinero habían sido invertidas por sus coterráneos en plantaciones y maquinaria
para la producción de azúcar con la perspectiva de disfrutar los beneficios de
los mercados estadounidenses; no se habría incurrido en este gran desembolso si
hubieran supuesto que el gobierno de los Estados Unidos contemplaron un
abandono temprano de la política de reciprocidad y la imposición de un impuesto
en el azúcar de Guatemala.47
En su protesta el
diplomático dejó claro que las inversiones no habrían tenido lugar si se
hubiera conocido la pronta abrogación de la política de reciprocidad con su
país. Además, denunció el carácter discriminatorio del gravamen pues no se
aplicaba a las exportaciones de Hawai, por lo tanto ponía en peligro de
bancarrota a las inversiones realizadas en el sector azucarero.
De manera similar, en
1891, Estados Unidos y España firmaron un acuerdo que establecía la entrada
libre de arancel del azúcar cubana dentro del marco del arancel McKinley. En
este caso también se incentivaron las inversiones para la modernización de la
producción gracias a las cuales las exportaciones crecieron 60%.48 Nuevamente
la firma de un tratado de reciprocidad con Cuba en 1903 permitió la entrada de
azúcar cubana con un descuento de 20% sobre la tasa arancelaria. Aunque otros
competidores en el mercado estadounidense (Puerto Rico, Hawai y Filipinas)
gozaban de una entrada libre de arancel, el privilegio otorgado a Cuba fue un
detonante del crecimiento del sector azucarero. Alan Dye ha demostrado que el
capital estadounidense fue central en la adopción de tecnologías modernas y la
transformación de Cuba en el principal abastecedor de azúcar en el mercado
estadounidense, responsable de 30% de la producción mundial en las primeras
tres décadas del siglo xx. 49 Otro aspecto desarrollado por Dye se refiere al
cambio regional de la producción derivado de la adopción de tecnología moderna.
En efecto, las nuevas técnicas productivas indujeron una modificación en la
escala óptima y la desintegración vertical, para las cuales el este de la isla
ofreció mejores condiciones.50
En lo relativo a si
México contaba con el potencial productivo referido por Romero en numerosas
ocasiones, la aparición ulterior de zonas altamente productivas y con ritmos de
crecimiento muy elevados confirmaron las expectativas del principal promotor
del Tratado de Reciprocidad. Pero eran indispensables los efectos dinámicos del
comercio para desarrollar la plataforma exportadora y así capitalizar los
beneficios de un acceso privilegiado del azúcar mexicana en el mercado
estadounidense. Durante el porfiriato el estado de Morelos se mantuvo como el
líder indiscutible de la producción de azúcar, pero desde la primera década del
siglo xx la producción de otras regiones comenzó a desafiar el predominio
morelense. En la gráfica 4 puede observarse que la región centro perdía
importancia frente al crecimiento de Veracruz, Sinaloa y Michoacán. Para el
periodo 1922-1930 el declive de Morelos causado por la Revolución era evidente
como también el ascenso de Veracruz y Sinaloa. En ambos casos la ampliación y
modernización de los ingenios fue un factor fundamental en su crecimiento.51 En
Sinaloa, la producción se mantuvo en niveles más o menos modestos hasta la
fundación del ingenio de Los Mochis en 1902, con participación de capital local
y estadounidense. La base tecnológica de Los Mochis le aseguró el primer lugar
de producción en la zafra 1912-1913, gracias a una ampliación constante del
cultivo de caña, la renovación tecnológica y estrategias empresariales de
crecimiento horizontal y vertical que convirtieron a Los Mochis en el ingenio
más grande del país en la década de 1920.52
CONSIDERACIONES
FINALES
A principios de los
años ochenta del siglo xix México y Estados Unidos entablaron negociaciones
para la firma de un acuerdo comercial basado en el trato preferencial de una
lista acordada de productos. Sin embargo, la respuesta de influyentes grupos
proteccionistas frenó las posibilidades del acuerdo en el seno del Congreso
estadounidense. Las dudas sobre los supuestos beneficios del tratado se extendieron
también en México. Luego de varios años de intentos infructuosos para
lograr la aprobación del Tratado de Reciprocidad los plazos varias veces
ampliados se vencieron sin la aprobación definitiva. No obstante, el derrotero
final del acuerdo comercial no interrumpió la creciente integración de ambos
países a través de flujos comerciales.
Pero la historia fue
distinta en lo relativo a sus efectos dinámicos y la posibilidad de crear
oportunidades de crecimiento de largo plazo para el sector azucarero. El flujo
de inversiones hacia países con preferencias arancelarias en el mercado
estadounidense y la diversificación regional de la producción de azúcar en
México, después de 1900, ponen de relieve las consecuencias negativas del
fracaso del Tratado de Reciprocidad para el desarrollo y diversificación
regional del azúcar. En efecto, con la exención conferida a las exportaciones
mexicanas se facilitaba el acceso al mercado estadounidense, tanto que las
inversiones para la modernización y apertura de nuevas áreas de cultivo
garantizaban competir bajo mejores condiciones en forma sostenida. No obstante,
al esfumarse las posibilidades de una desgravación arancelaria desapareció el
estímulo a la inversión. A finales del siglo xix y principios del xx, la
producción de azúcar en México creció a un ritmo considerable (5.53%, de
acuerdo a Horacio Crespo)53 y el capital –nacional o extranjero– continuó
invirtiéndose, pero entre 1883 y 1887 se perdió una muy valiosa oportunidad
para la exportación de azúcar. Ni siquiera la caída de la producción cubana
durante su guerra de independencia fue suficiente aliciente para que los
hacendados mexicanos rompieran con su atávica liga con el mercado interno.
Incluso cuando las exportaciones formaron parte de la estrategia de los productores
organizados, el mercado externo fue considerado sólo un paliativo a las
prácticas monopólicas tan enraizadas en el sector.
4
Romero, Reciprocidad comercial entre México y los Estados Unidos, p. 181. Para
un análisis de los trabajos de la comisión que examinó el tratado Estados
Unidos-Hawai véase Riguzzi, ¿Reciprocidad imposible?, cap. 4.
5
“Dictamen de la comisión para examinar la posibilidad de extender a México la
convención celebrada entre Estados Unidos de América y Hawai, 1877”,
reproducido en Riguzzi, ¿Reciprocidad imposible?, p. 318.
6
La manipulación de precios internos y la
protección arancelaria fueron los privilegios de los que gozaron los
azucareros, quienes prefirieron un mercado interno cautivo que la competencia
externa. Véase Crespo, Historia del azúcar en México, p. 290.
7
Romero, Reciprocidad comercial entre México y los Estados Unidos, pp. 183-193.
Según David M. Pletcher el interés mexicano en un acuerdo de reciprocidad
estaba asociado a la diversificación de una economía basada en la plata. Véase
Pletcher, “Reciprocity and Latin America in the Early 1890s”, p. 75
8 Lauck, “The political
significance of reciprocity”. Para
un análisis de las relaciones con Canadá una vez terminado el acuerdo comercial
véase Pletcher, The Diplomacy of Trade and Investment, cap. 2.
9 Warren P. Sutton,
“Commerce of Mexico and our share therein”, en U. S. Department of State,
Commercial Relations of the United States, enero de 1881, pp. 12-13.
10
James Blaine ocupó la Secretaría de Estado en dos ocasiones. La primera entre
marzo y septiembre de 1881, pues a la muerte de James Garfield el presidente
Arthur nombró en su lugar a Frederick Frelinghuysen. Blaine volvió a ocupar la
secretaría entre 1889 y 1892 durante la administración del presidente Harrison.
Algunos lo consideran “uno de los más importantes arquitectos de las relaciones
de los Estados Unidos y América Latina en ese periodo [1881-1892]”. Véase
Jacobson, Barbarian Virtues, p. 41.
11
Los textos de la invitación de Blaine y el retiro de la misma, firmado por
Frelinghuysen, están reproducidos en Secretaría de Relaciones Exteriores,
Conferencias internacionales americanas, 1889- 1936, pp. xxxiii-xxxvi.
12 LaFeber, “The American
search for opportunity, 1865-1913” y Riguzzi, ¿Reciprocidad imposible?, p. 103.
13
Conviene agregar la cercanísima relación de Romero y Grant desde los tiempos de
la intervención francesa en México y la guerra civil en Estados Unidos. Sobre
el tema véase Bernstein, Matías Romero y Pletcher, Rails, Mines and Progress.
14
El general Cañedo siguió fielmente las instrucciones recibidas y no permitió ni
siquiera modificaciones que favorecían a México. Para un examen de los
objetivos políticos perseguidos por la administración de González véase
Riguzzi, ¿Reciprocidad imposible?, pp. 111-113.
15
Cabe aclarar que aun cuando los documentos oficiales listaron 30 mercancías se
repitió una de ellas, a saber, añil o índigo. Además, en algunos casos la
descripción utilizada distaba de los términos utilizados en las fracciones
arancelarias vigentes.
16 Warren P. Sutton, “The
proposed of the commercial treaty between the United States and Mexico”, en U.
S. Department of State, Reports from the Consuls of the United States, junio de
1883, p. 428.
17
Un reporte del Tesoro estadounidense reconoció que si bien el Tratado de
Reciprocidad incrementaría el comercio, las actividades se centrarían en el
centro ferrocarrilero de San Luis Missouri y en Nueva Orleans, Luisiana, como
puerto de entrada. Véase U. S. Congress, Trade between Mexico and the
United States y Pletcher, The Awkward Years, pp. 186-187.
18
“Tan favorable considero esta estipulación [la exención del azúcar], que por
otra parte privaría al tesoro de Estados Unidos de decenas de millones de pesos
de sus rentas actuales, y afectaría la producción del estado de Luisiana, que
temo que la oposición al tratado una vez firmado venga por este motivo y sea
seria pero no invencible”, Matías Romero a Mariscal, 10 de noviembre de 1881,
AMR, Papeles varios 1883, copiador, p. 9.
19 Pletcher, The Awkward
Years, p. 190.
20
Abram Hewitt, representante demócrata de Nueva York, se mostró optimista
respecto al Tratado de Reciprocidad con México aduciendo que su entrada en
vigor no representaba ninguna amenaza para los productores de azúcar o café en
Estados Unidos. Pletcher, The Awkward Years, p. 188.
21
En particular los opositores a Blaine criticaron el conflicto diplomático con
Colombia sobre el istmo de Panamá y las acciones diplomáticas fallidas durante
la guerra del Pacífico entre Chile y Perú. Véase Pletcher, The Diplomacy of
Trade and Investment.
22
“El tratado, si entra en operación, impondrá una carga no prevista a los
granjeros y agricultores, poniendo todo el territorio mexicano en competencia
directa y sin impuestos contra nuestra propia gente, y todo esto sin una compensación
recíproca suficiente o adecuada.” U.S. Congress, Report from
the Central and South American Commissioners, p. 513.
23
Las fechas en las que Hewitt intentó que se discutiera su proyecto de ley
fueron el 28 y 31 de enero y el 18 de febrero.
24 Hewitt, “Reciprocity with
Mexico”, en U. S. Congress, Report from the Central and South American Commissioners,
apéndice, 7 de febrero de 1885, p. 172.
25
U. S. Congress, Dictamen de la Comisión de Medios y Arbitrios de la Cámara de
Representantes, citado por Romero, Reciprocidad comercial entre México y los
Estados Unidos, p. 23.
26
Romero, Reciprocidad comercial entre México y los Estados Unidos, p. 25.
27
El dictamen aprobado por la mayoría de la Comisión de Medios y Arbitrios de la
Cámara de Representantes y el voto particular de Hewitt están reproducidos en
Romero, Reciprocidad comercial entre México y los Estados Unidos.
28 U. S. Congress,
Congressional record, p. 7341.
29
Cleveland hizo un primer llamado al Congreso un año antes (el 8 de diciembre de
1885) para poner en vigor el Tratado de Reciprocidad al tiempo que
desacreditaba los tratados con España y República Dominicana.
30
En dos ocasiones (el 25 de febrero de 1885 y el 14 de mayo de 1886) se había
extendido el plazo para que la Cámara de Representantes expidieran las leyes
necesarias para poner en vigor el Tratado de Reciprocidad.
31 William E. Curtis, “Mr.
Curtis Dispatch,” 14 de diciembre de 1884, en U. S. Congress, Report from the
Central and South American Commissioners, anexo 9, p. 421.
32
Véase El siglo diez y nueve (29 ene. 1883); Pletcher, The Awkward Years, p.
188.
33
En este debate Paolo Riguzzi identifica en la defensa del Tratado de
Reciprocidad a la prensa económica y Matías Romero, mientras que quienes se
oponían comprendían a “la prensa católica y conservadora […] y los intereses
industriales”. Véase Riguzzi, ¿Reciprocidad imposible?, pp. 129-130.
34
“La semana mercantil y el tratado de reciprocidad”, El Nacional (18 feb. 1886),
reproducido en Romero, Reciprocidad comercial entre México y los Estados
Unidos, p. 116.
35
Matías Romero, “Respuesta a las objeciones contra el tratado de reciprocidad
entre México y los Estados Unidos”, El Diario del Hogar (29 y 30 jun. 1886),
reproducido en Romero, Reciprocidad comercial entre México y los Estados
Unidos, pp. 212-233.
36
Secretaría de Hacienda y Crédito Público, Memoria, p. 140.
37
Romero, Reciprocidad comercial entre México y los Estados Unidos, p. 36.
38 LaFeber, “The American
search for opportunity, 1865-1913”, p. 68.
39
Riguzzi, ¿Reciprocidad imposible?, p. 96.
40
Para Horacio Crespo el alto proteccionismo creó un grupo de interés muy sólido
concentrado en la defensa del mercado interno a través del arancel, sin
ocuparse mayormente de las ventas en el exterior: “esta tradición de
confortable seguridad generó también el rechazo a toda vocación exportadora
real”. Crespo, Historia del azúcar en México, p. 290.
41
Véase Matías Romero, “Carta interesante”, El Nacional (15 ene. 1886),
reproducido en Romero, Reciprocidad comercial entre México y los Estados
Unidos, pp. 92-103; George M. Weston, Banker´s Magazine, reproducido en Mexican
Financier (20 feb. 1886), en NCFCBH, r. 5.
42
G. Jenner, “Inversión del capital inglés en México”, en Secretaría de Fomento,
Informes y documentos relativos a comercio interior y exterior, p. 201.
43
En uno de los primeros artículos del debate en torno del Tratado de
Reciprocidad El Nacional expresó: “México se encuentra, como en todo,
imposibilitado de exportar azúcar, por causa de lo caro de su producción, y en
consecuencia el precio alto que guarda en nuestro mercado ese artículo, muy
distante del que tiene en los Estados Unidos la que se importa de Cuba por el
Atlántico, y de las islas Sándwich por el Pacífico”. El Nacional, “El tratado
de reciprocidad” (17 dic. 1885), reproducido en Romero, Reciprocidad comercial
entre México y los Estados Unidos, p. 84.
44
“El tratado de reciprocidad,” en El Nacional (17 dic. 1885), reproducido en
Romero, Reciprocidad comercial entre México y los Estados Unidos, p. 84, el
énfasis es del autor.
45 Charles Winslow, “Sugar
industry of Guerrero”, 4 de noviembre de 1887, U.S. Department of State,
Reports from the Consuls of the United States, n. 88, enero de 1888, p. 165.
46
En el caso de Argentina, Dinamarca (por las posesiones danesas en el Caribe),
Ecuador y Perú no se concretaron los acuerdos pero en ningún caso se aplicaron
tasas arancelarias más altas. Esto último sí ocurrió en el caso de Haití,
Colombia y Venezuela. Para detalles sobre los resultados iniciales de los
tratados véase Bureau of the American Republics, Handbook of the American
Republics, pp. 352-382. El impacto del tratado de reciprocidad con Brasil es
analizado en Hutchinson, “The results of reciprocity with Brazil”.
47 U. S. Congress, Report of
the Committee on ways and means concerning reciprocity and commercial treaties,
p. 24.
48 Dye, Cuban Sugar Industry
in the Age of Mass Production, p. 50.
49 Dye,
“Avoiding holdup”, p. 630.
50 Dye, Cuban Sugar Industry
in the Age of Mass Production.
51
Los cambios en la producción regional se detallan en Crespo, Historia del
azúcar en México, pp. 149-157.
52
Para el análisis de las estrategias empresariales del ingenio Los Mochis y la
empresa United Sugar Companies véase Romero Ibarra, “United Sugar Companies, S.
A., 1890-1940”, pp. 179-219.
53
La cifra de crecimiento para el periodo 1892-1913 fue de 5.53% según Crespo,
Historia del azúcar en México, p. 147.
SIGLAS
Y REFERENCIAS
AMR
Archivo Matías Romero,
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NCFCBH The Newspaper Cutting Files of the Council of Foreign
Bondholders, microfilm, Biblioteca Daniel Cosío Villegas, El Colegio de México.
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(coords.) Grandes empresas y grupos
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1886.
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Garfield and Arthur, Columbia, University of Missouri Press, 1962. “Reciprocity
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de 2010].
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Mexico, and the traffic over railroads connecting the two countries. House of
Representatives, Congreso, 48o, 1a sesión, Executive Document 86, Washington
D.C., Government Printing Office, 1884. Report from the Central and South
American Commissioners, House of Representatives, Congreso 48o, 2a sesión,
Executive Document 226, Washington D.C., Government Printing Office, 1885.
Congressional record 1886, House of Representatives, Washington, D. C.,
Government Printing Office, 1887.
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Relations of the United States, Washington, Gobernment Printing Office, varios
años. Reports from the Consuls of the United States, Washington, Government
Printing Office, varios años.
U. S. Treasury Department Annual report
and statements of the Chief of the Bureau of Statistics on the commerce and
navigation of the United States for the fiscal year ended June 30, 1882,
Washington, Government Printing Office, 1882. Annual report and statements of
the Chief of the Bureau of Statistics on the commerce and navigation of the
United States for the fiscal year ended June 30, 1884, Washington, Government
Printing Office, 1884.
Viner, Jacob The Customs Union Issue,
Nueva York, Carnegie Endowment for International Peace, 1950.
ANEXO
|
|
Cuadro 1
|
|
LISTA DE PRODUCTOS MEXICANOS ADMITIDOS
LIBRES DE ARANCEL EN ESTADOS UNIDOS POR EL TRATADO DE RECIPROCIDAD*
|
|
1.
Aceite de palma o de coco.
2.
Animales vivos, especialmente importados para objetos de reproducción.
3.
Añil o índigo.
4.
Azogue.
5.
Azúcar, siempre que su color no pase del número 16 de la escala holandesa.
6.
Café.
7.
Camarones y toda clase de mariscos.
8.
Carne de res.
9.
Cebada que no sea perla.
10.
Correas de cuero.
11.
Cueros crudos o sin curtir, ya sean secos, salados, o preparados, exceptuando
solamente los cueros de carnero con lana, o los cueros de angora crudos sin
lana, y pieles de asnos.
12.
Cueros viejos.
13.
Esparto y otras gramas o pulpas que sirvan para la manufactura de papel.
14.
Flores naturales de todas clases.
15.
Frutas secas de todas clases, como naranjas, limones, piñas, limas, plátanos,
mangos, etcétera.
|
16.
Henequén o fibra de sisal, cáñamo y cualquiera otra sustancia que se use para
el mismo objeto que el cáñamo.
17.
Huevos.
18.
Hule sin manufacturar y el jugo del árbol que lo produce.
19.
Ixtle o fibra de Tampico.
20.
Jalapa, purga de.
21.
Madera sin labrar y madera para buques.
22.
Mieles.
23.
Orchilla, palo de tinte, cerezas, nueces y cualquiera vegetal que sirva para teñir
o que se use en composición con otras sustancias para teñir.
24.
Paja sin manufacturar.
25.
Pieles de chivo sin curtir.
26.
Pieles sin curtir.
27.
Tabaco en rama sin manufacturar.
28.
Verduras frescas de todas clases.
29.
Zarzaparrilla sin beneficiar.
|
*
La lista original incluía el añil o índigo dos veces. Fuente: Romero,
Reciprocidad comercial entre México y los Estados Unidos, pp. 6-7.
|
Cuadro 2
|
|
LISTA DE PRODUCTOS ESTADOUNIDENSES
ADMITIDOS LIBRES DE ARANCEL EN MÉXICO POR EL TRATADO DE RECIPROCIDAD
|
|
1.
Acordeones y armónicos.
2.
Alambres para telégrafo, cuyo destino acreditarán los interesados ante las
aduanas.
3.
Alambre de acero o de hierro para cardar, del número 26 en adelante.
4.
Alambre barbado para cercas y los ganchos y clavos para asegurarlo.
5.
Arados y rejas.
6.
Azadas, azadones y sus mangos.
7.
Arboladuras y anclas para embarcaciones mayores y menores.
8.
Asbestos para techos.
9.
Avena en grano y paja.
10.
Azogue.
11.
Azufre.
12.
Barras de acero para minas, redondas u octagonales.
13.
Braceros y estufas de hierro.
14.
Bombas para incendios y bombas comunes para riego.
15.
Cal hidráulica.
16.
Casas completas de madera o hierro.
17.
Coas, machetes ordinarios sin vaina, guadañas, hoces, rastros, rastrillos,
palas, picos, azadas y azadones para la agricultura.
18.
Cañerías para agua, de todas clases, materias y dimensiones, no
considerándose comprendidas entre ellas los tubos de cobre y otros metales
que no vengan encerrados o soldados con ceja o remache en toda su longitud.
19.
Carbón de todas clases.
20.
Cardas de alambre armadas en fajas para máquinas, y cardas vegetales.
21.
Carros y carretones con muebles.
22.
Carretillas de mano de una o más ruedas y borriquetes.
23.
Coches y carros para ferrocarriles.
24.
Crisoles de todas clases de materiales y tamaños.
25.
Cuchillos para cortar caña.
26.
Diligencias y carruajes para camino, de todas clases y dimensiones.
27.
Dinamita.
28.
Duelas y fondos para barriles.
29.
Frutas frescas.
30.
Guano.
31.
Hielo.
32.
Hierro o acero forjado en rieles para ferrocarriles.
33.
Hiposulfito de sosa.
34.
Instrumentos para las ciencias.
35.
Instrumentos de acero, hierro, bronce, madera, o compuestos de estos
materiales, para artesanos.
36.
Ladrillos refractarios y toda clase de ladrillos.
|
37.
Leña.
38.
Libros impresos sin pasta o con pasta de papel o lienzo en toda o en su mayor
parte.
39.
Locomotoras.
40.
Llaves de agua.
41.
Mármol en bruto.
42.
Mármol en lozas para pisos, hasta de cuarenta centímetros en cuadro y
labradas sólo por una de sus caras.
43.
Máquinas de vapor.
44.
Máquinas de coser.
45.
Máquinas y aparatos de todas clases para la industria, la agricultura, la
minería, las ciencias y las artes, y sus partes sueltas o piezas de
refacción.
46.
Mástiles y anclas para buques grandes y pequeños.
47.
Mecha y cañuela para minas.
48.
Metales precios en polvo o en barras.
49.
Moldes y patrones para las artes.
50.
Monedas legales de oro y plata de los Estados Unidos.
51.
Nafta.
52.
Papel embetunado para techos.
53.
Pastura seca y paja.
54.
Pescado fresco.
55.
Persianas y ventanas pintadas o sin pintar.
56.
Piedras para litografía.
57.
Plantas de todas clases y semillas nuevas en el país para el cultivo.
58.
Plumas de cualquier metal que no sea oro o plata.
59.
Petróleo crudo.
60.
Petróleo de aceite de carbón y sus productos para la iluminación.
61.
Pizarras para techos y pavimentos.
62.
Pólvora común para minas.
63.
Relojes de mesa y de pared.
64.
Remos para embarcaciones pequeñas.
65.
Salchichas y salchichones.
66.
Sacos de henequén, siempre que se justifique su exportación posterior con
productos mexicanos.
67.
Tejas de barro y de otras materias para techos.
68.
Tinta para impresiones.
69.
Tipos, escudos, espacios, reglas, viñetas, y útiles para imprimir, de todas
clases.
70.
Verduras frescas.
71.
Vigas de hierro.
72.
Viguetas y armaduras de hierro para techos, que no puedan usarse para otros
objetos en que se emplea el fierro.
73.
Yunques y bigornios.
|
Fuente:
Romero, Reciprocidad comercial entre México y los Estados Unidos, pp. 8-10.
|
Historia Mexicana, El Colegio de México, vol. 68, núm. 1
(269) es una publicación trimestral electrónica editada por El Colegio de
México, A.C. Carretera Picacho Ajusco, Núm. 20, Ampliación Fuentes del
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