Una cosa es indiscutible: hoy en día, en
nuestro mundo real, impera una gran injusticia globalizada sobre los pueblos
subdesarrollados.
Es cada vez mayor el abismo que separa a
ricos y pobres en nuestro mundo.
Hambre, enfermedad contagiosa, crimen, droga,
desempleo, subdesarrollo, inestabilidad en los mercados financieros, disparidad
en la distribución de ingresos, terrorismo, recesión económica, exclusión
social, corrupción, deuda externa de los países pobres, marginalización,
agravamiento de la pobreza, violencia en las grandes ciudades, debilitamiento
del Estado de derecho y la falta de respeto a aún a los derechos humanos, son
características de un proceso creciente llamado “globalización destructiva” que
afecta a la mayor parte de los pobres de la Tierra que viven en los países
subdesarrollados, esos que solemos denominar Tercer Mundo y que se encuentran
en Latinoamérica, en Asia y, sobre todo, en África.
Según datos recientes del PNUD, cientos y
cientos de millones de personas no pueden satisfacer sus necesidades más
primarias, como alimentación, vestido, vivienda o una educación elemental.
Solamente en América Latina y el Caribe, el número de personas en condiciones
de extrema pobreza pasó de 48 (2008) a 57 millones (2011) – 26 por ciento de la
población vive con menos de dos dólares por día; hay 19 millones de
desempleados y de cada 10 nuevos empleos generados, siete son informales.
LA GLOBALIZACIÓN
La globalización tiene un papel fundamental
en la creciente exclusión. Hasta el señor Bill Clinton (ex-presidente de los
EE.UU.) afirmó públicamente los peligros de la globalización: “La comunidad
global no puede sobrevivir como sucedió en el ‘cuento de las dos ciudades’ –una
moderna e integrada, con un teléfono celular en cada mano y un McDonald en cada
esquina– y la otra envuelta en la pobreza y con un resentimiento creciente,
llena de problemas de salud pública y ambiental que nadie puede administrar”.
El proceso de “degradación social” está al servicio de las fuerzas
imperialistas, donde Wall Street y, principalmente, el gobierno de los EE.UU.
es lo primer y único responsable.
Para hacer un mundo mejor es necesario, en
primer plano, forjar una nueva senda de desarrollo que vincule el crecimiento
económico a la responsabilidad social y ambiental, uniendo la sociedad civil, a
los trabajadores, empresarios y los gobiernos. Es necesario crear políticas de
protección social. Es necesario el fortalecimiento del comercio internacional
de forma justa y equilibrada. Para lograr una meta de crecimiento económico es
necesaria una tasa promedio de crecimiento anual de la economía mundial de
alredor de 3,5 por ciento – con un Producto Bruto Mundial (PNB) de 140 billones
de dólares para 2050.
UN MUNDO MEJOR
No tengo dudas de que un mundo mejor es
posible. La ciencia y la técnica actual lo permiten. Pero, para ello, es
necesario que los gobiernos de los países desarrollados tengan una conducta
responsable en sus modus operandi económicos y políticos a fin de ayudar a
mejorar las condiciones de vida de millones y millones de hombres [y mujeres]
que claman por un cambio de ruta del actual sistema económico-financiero. Los
países desarrollados se deben comprometer a ayudar a los países en desarrollo a
través del fortalecimiento de la capacidad institucional, el incremento de la
asistencia internacional para el desarrollo, la apertura de mercados y,
especialmente, a la reducción de subsidios a la agricultura. Como ejemplo de la
“globalización destructiva” que hemos abordado aquí, analicemos la siguiente
cita del intelectual uruguayo Eduardo Galeano: “Los datos del Instituto
Internacional de Estudios Estratégicos indican que cuatro países encabezan la
venta de armas en el mundo: Estados Unidos, el Reino Unido, Francia y Rusia.
Estos son, casualmente, los países que tienen derecho de veto en el Consejo de
Seguridad de las Naciones Unidas (además de China). Traducido a la práctica, el
derecho de veto significa poder de decisión. La Asamblea General de las
Naciones Unidas, donde están los demás países, formula recomendaciones; pero
quien decide es el Consejo de Seguridad. La Asamblea habla o calla, el Consejo
hace o deshace. O sea: cuatro potencias, cuyas economías dependen en buena
medida de las guerras del mundo, son las que tienen en sus manos el rumbo del
máximo organismo internacional. Según su acta de fundación, la Organización de
las Naciones Unidas se ocupa del mantenimiento de la paz, la defensa de los
derechos humanos, la amistad entre las naciones y la cooperación
internacional”.
Hoy, solamente un efecto es visible: la
única fuerza real que gobierna el mundo es, obviamente, al poder económico y
financiero. En las palabras de José Saramago ese poder es “regido por las
empresas multinacionales de acuerdo con estrategias de dominio que nada tienen
que ver con aquel bien común al que, por definición, aspira la democracia”.
El futuro de nuestro mundo está, solamente,
en nuestras manos. Hacer un mundo mejor es posible y deseable, para nosotros,
nuestros hermanos y hermanas; para los pueblos pobres y oprimidos del mundo. El
bienestar de las propias naciones es consecuencia directa de una buena política
económica. Es obligación de los gobiernos hacer un mundo mejor. Hay pocas razones
para creer lo contrario.
Marcus Eduardo de Oliveira es economista
brasileño
Fuente: Vida Sana