Madrid, España,
14 de septiembre del 2012.- El premio Nobel de
Economía 2001 y Catedrático de Economía de la Universidad de Columbia aboga en
su nuevo libro por una sociedad que luche contra la desigualdad económica.
"España tiene un grave problema y es
que un rescate económico no significará su salvación. El Banco Central Europeo
dijo la semana pasada que comprará deuda soberana española de manera ilimitada,
pero bajo estrictas condiciones. Y estas mismas condiciones podrían convertirse
en un veneno que España tendría que beber para seguir vivo". Esta rotunda
y poco optimista afirmación la realiza Joseph E. Stiglitz, premio Nobel de
Economía en 2001 y actual catedrático de Economía en la Universidad de
Columbia.
"No hay duda de que España saldrá de
la crisis. Pero el camino que le espera puede ser muy largo y doloroso... sobre
todo para las generaciones futuras. Además, el aspecto más frustrante para los
dirigentes españoles es que están en manos de la Unión Europea (UE) y que la
mejora de la situación económica no depende directamente de ellos. El Gobierno
de Mariano Rajoy tiene las manos atadas", continúa.
"Creo que sólo hay dos salidas
posibles a esta crisis: o la UE cambia el estricto marco estructural y las
normativas de la eurozona, o países como Grecia, Italia o España tendrán que
abandonar el euro".
Stiglitz tiene claro que tanto la situación
que atraviesa España como la crisis económica global han sido creadas por tres
aspectos esenciales: unos mercados que no funcionan como deberían –no son
eficientes ni estables–; unos sistemas políticos incapaces de corregir las
deficiencias de estos mercados, y un marco fundamentalmente injusto y que potencia
la desigualdad.
"La globalización y el capitalismo han
sido un arma de doble filo. En líneas generales los niveles de bienestar, de
participación y de actividad ciudadana han crecido de manera exponencial. Sin
embargo, si tenemos en cuenta los últimos 30 años, la situación ha cambia
mucho. Ha sido una decepción en toda regla, porque existe una gran diferencia
entre sus aspiraciones y lo que ha terminado sucediendo. El capitalismo ha
incumplido sus promesas y está dando lugar a desigualdades, desempleo, contaminación
y, lo que es más importante, la degradación de los valores hasta el extremo de
que todo es aceptable y nadie se hace responsable de nada", afirma
Stiglitz, que acaba de publicar El precio de la desigualdad (Taurus).
Indignación
El economista entiende que los ciudadanos
de los países desarrollados –como los movimientos Occupy Wall Street o el 15M–
se indignen ante la influencia que tienen los bancos y los mercados sobre los
gobiernos, ya que "existen muchas imperfecciones económicas y políticas, y
ha quedado demostrado que estos dos ámbitos, actualmente, están íntimamente
ligados", comenta.
"Para acabar con los desequilibrios es
necesario realizar reformas profundas en estos dos espacios, aunque la revisión
prioritaria debe de ser la del sistema político. Los gobernantes tienen que
volver a pensar en los ciudadanos y en su bienestar, y dejar un poco de lado a
los bancos y los mercados".
Un claro reflejo de la estrecha relación
que se puede dar entre el dinero y los gobernantes, explica Stiglitz, es lo que
sucede en Estados Unidos, donde lo político y lo económico se confunde muchas
veces.
"La campaña electoral de EEUU va a
costar 1.000 millones de dólares y ese capital proviene de las multinacionales
y de los bancos. Estos protagonistas secundarios no aportan su dinero como un
acto de caridad, sino como una inversión. Aquí se aplica la teoría de las
puertas giratorias, que implica que todo lo que entra, termina regresando.
Esto, una vez más, conlleva una sociedad llena de desigualdades".
Aunque actualmente el 1% de la población
tiene lo que el 99% necesita, como afirma el autor, Stiglitz está convencido de
que es posible cambiar de rumbo y conseguir una sociedad más eficiente y justa
mediante diversas reformas. Entre las que cita se encuentran el mejorar la
gobernanza, el contar con leyes más estrictas, suavizar la globalización, hacer
reformas fiscales y jurídicas y crear una política monetaria diferente.
Fuente: Expansión