Shenshen, China, 1 de noviembre del 2012.- En la tentacular planta de Foxconn de Shenzhen,
donde medio millón de trabajadores fabrican todo tipo de componentes
electrónicos, aumenta la angustia por la desaceleración de la economía china.
Aquí, el empleo será el mayor desafío para los nuevos amos del país, que serán
elegidos la próxima semana en Pekín.
Motor del milagro
económico, las fábricas de Shenzhen y de la provincia vecina de Cantón (sur),
dedicadas a exportar a Europa y Estados Unidos, se han visto golpeadas
fuertemente por la caída de la demanda occidental. Y la agitación laboral está
ahora al orden del día.
Este deterioro de la
coyuntura no podía producirse en peor momento para el Partido Comunista Chino
(PCC), que ha construido su legitimidad haciendo que millones de chinos salgan
de la pobreza con la creación anual de millones de empleos.
En diez años, bajo la
égida de Hu Jintao, que abandonará el poder en el XVIII Congreso del PCC que se
inicia el próximo jueves, China ha pasado del sexto al segundo puesto de la
economía mundial, gracias a un crecimiento anual promedio del 10%.
Pero 2012 supondrá una
caída, pues se espera un crecimiento del 7.5%, el más bajo desde 1999.
"En este momento,
tenemos realmente muchos problemas. Las empresas que están en la costa
paralizan progresivamente su producción. Por eso esperamos de los dirigentes
una política", dice a la AFP Wu Yuanguang, 30 años, que trabaja en
Foxconn.
Wu está soltero y trabaja
en la cadena de producción de la gigantesca planta, propiedad de un magnate de
Taiwán, que suministra a Apple, Sony, Nokia y a otros muchos. Como decenas de
millones de colegas, vive en los dormitorios atestados de una torre en una zona
industrial central de Shenzhen.
La planta de Foxconn
suele dar que hablar: suicidios de sus empleados que se tiran de las altas
torres-dormitorio, y últimamente, empleo ilegal de menores.
Aunque sus trabajadores
se encuentran entre los mejor pagados de China, con unos salarios de hasta
3,000 yuanes (unos 480 dólares) mensuales por 10 horas de trabajo diarios, seis
días a la semana.
Wu, "trabajador
migrante", forma parte de los beneficiados por el modelo de crecimiento
chino destinado a la exportación.
En China, la renta per
cápita casi se ha duplicado en diez años, para llegar a los 21,810 yuanes
(3,460 dólares) en las zonas urbanas el pasado año.
Pero la mayoría de los
253 millones de trabajadores migrantes que construyen la prosperidad de las
ciudades constituyen una población "flotante", "ciudadanos de
segunda categoría" privados del indispensable "huku", el permiso
de residencia que abre acceso a la protección social y a las escuelas para sus
hijos.
El descontento aumenta.
Las expectativas de los trabajadores han cambiado y el desafío será gigantesco
para el próximo presidente chino Xi Jinping, de 59 años.
"Necesitamos una
política mejor para las zonas rurales y los trabajadores migrantes como
nosotros", dice Wu, antes de quejarse de que la "diferencia de los
ingresos es enorme: lo que tienen dinero son cada vez más ricos, y los pobres
cada vez más pobres. Es injusto", dice.
De hecho, el malestar
social no para de crecer y las manifestaciones, bajas laborales -la palabra
"huelga" está prohibida - e incidentes diversos se multiplican, en
particular en las provincias vecinas de Cantón, pese a la ausencia de
sindicatos independientes, prohibidos, señala el Boletín Laboral de China, un
observatorio de los movimientos sociales con sede en Hong Kong.
"Salarios,
condiciones laborales decentes y protección social son las preocupaciones
fundamentales de la mayoría de los trabajadores", declaró a la AFP
Geoffrey Crothall, un experto de este observatorio.
"Pero para la
mayoría en China, el camino sigue siendo arduo. Los salarios han aumentado,
pero es que partían de muy abajo", dice.
Para los próximos dirigentes
comunistas, la salud de los mercados europeo y estadounidense será vital, ya
que ello permitirá responder o no a las demandas de la población china.
Un nuevo programa de
incentivo económico estaría en estudio y se nutriría de los ingresos fiscales y
del enorme superávit comercial acumulado en diez años: 3 billones de dólares,
diez veces más que en 2002.
El objetivo es reducir la
dependencia china de sus exportaciones y estimular el consumo interno.
Para ello, habrá que
aumentar los salarios, con el riesgo de acelerar la tendencia de los
empresarios occidentales de deslocalizar el trabajo en otra parte o incluso
repatriarlo a casa.
"La cúpula dirigente
saliente ha hablado mucho en estos diez años de reequilibrar la economía
reduciendo la inversión. La necesidad de actuar ahora es acuciante",
estiman los analistas de Capital Economics, Mark Williams y Wang Qinwei, en su
informe de octubre.
Fuente: AFP