Tiene 34 años y lucha por los derechos del pueblo asháninka. Además, Ruth
Buendía es uno de los rostros de la imprescindible muestra pasado que no pasa.
Lima, Perú, 23 de octubre del 2012.- Dentro del proyecto Memoria Asháninka, la Municipalidad de Lima, el Centro
de la Imagen y la Central Asháninka del Río Ene organizan, en la Casa Rímac
(Junín 323, Lima), la muestra fotográfica Pasado que no pasa, que cuenta con
imágenes de Vera Lentz y Musuk Nolte. Conversamos con Ruth Buendía, lideresa
asháninka.
¿Recuerda los ingresos de
Sendero a su comunidad?
Sí. Primero entraron a
saquear la tienda comunal y la misión, dirigida por el hermano Mariano, que
estaba instalada en nuestra comunidad. Las siguientes incursiones senderistas
fueron para adoctrinar a la población. Pero las comunidades asháninkas los
rechazaban y, cuando no podían hacerlo, huían al monte. Mi pueblo se dividió,
pues algunos se adentraban cada día más al interior de la selva y otros fueron
secuestrados por los terrucos. Los terroristas o nos mataban o nos quitaban
nuestro sustento o nos obligaban a ser parte de su tropa. Por eso digo que
Sendero devastó a mi comunidad.
Su padre murió en esa
guerra.
La comunidad asháninka se
organizó en rondas, se armó y se adentró en la selva. Mi padre fue a visitar a
una de ellas con el fin de coordinar acciones de defensa y, al ser confundido
con un senderista, fue asesinado. Yo tenía 12 años. Se imaginará que esto fue
muy doloroso para mi familia, pues, para empezar, ya no teníamos quien
consiguiera nuestro sustento.
¿Qué hizo su madre?
Vivimos momentos duros.
Para empezar, la gente de Sendero vino a conversar con mi madre y le dijo: “Ya
nos enteramos que su esposo ha muerto. Venga con nosotros”. Nos tuvimos que ir
con ellos; estuvimos un año trabajando en su fundo, cuidando su casa. Pasado
este tiempo, mi madre le dijo al líder senderista que queríamos regresar a
nuestra casa. Felizmente lo convenció. Justo en ese momento entraba el Ejército
a la zona.
Su comunidad estuvo entre
dos fuegos: el de Sendero y el de las Fuerzas Armadas.
Así es. Cuando entró el
Ejército vimos que no podíamos favorecer a ninguno, entonces, tuvimos que
escaparnos otra vez, meternos otra vez a la selva. Vivimos una época de terror
y de miedo. Pero luego, algunos de nuestros líderes se acercaron al Ejército y
dijeron: “Acá estamos, no nos dejen”.
Por su condición de
mujer, ¿también fue maltratada?…
Cuando el Ejército
recuperaba niñas y mujeres, se aprovechaban de sus necesidades de alimento
–“acá está tu atuncito, ven”– y las hacían suyas. Gracias a Dios a mí no me
pasó –me protegía mi madre, quien era muy astuta–, pero sé que hermanas
asháninkas pasaron por esto. El uso de la mujer, por parte de Sendero, como
‘fábrica’ de niños es más reciente.
Preside la Central
Asháninka del Río Ene. ¿El Estado respeta los derechos de su etnia?
Ha violado nuestros
derechos y los de los demás pueblos indígenas. Siempre ha hecho lo que le ha
dado la gana. El Convenio 169 está aprobado desde 1993, pero ningún gobierno ha
tenido la voluntad política de aplicarlo, pues no está reglamentado. Y hoy que
tenemos la ley de Consulta Previa, yo creo que nunca la van a aplicar. El
Estado está acostumbrado a imponerse, a hacer lo que le da la gana, sin
respetar sus propias leyes.
¿Quieren vivir apartados?
No. Queremos ser incluidos,
no queremos vivir apartados. Queremos que el Estado nos vea como personas con
derechos, no queremos ser excluidos de la globalización, del desarrollo, del
sistema. Por ejemplo, queremos que nuestros hermanos, que nuestros hijos tengan
una buena educación. Eso sí, queremos que esto se haga con respeto, con buena
fe.
Es decir, de la violencia
de Sendero han pasado a la violencia del Estado…
Sí. Hoy, por ejemplo,
muchas concesiones mineras, petroleras, centrales hidroeléctricas están
instaladas en nuestro territorio, y lo han hecho sin consultarnos. El Estado
concesiona nuestras tierras a nuestras espaldas. Por qué no nos dicen:
“Hermanos asháninkas, en sus tierras queremos hacer estos estudios, estos
proyectos, los que les van a traer progreso”.
Es decir, ustedes no
están a priori en contra de proyectos mineros, petroleros…
A ver, como pueblo
asháninka queremos ser informados y consultados, pero con buena fe. Hasta hoy
vemos que el Estado y sus funcionarios hacen las cosas con mala fe. Pero,
repito, no nos oponemos al progreso, al desarrollo, todo lo contrario, pero eso
sí, tenemos claro que, para salir adelante, hay que dialogar. Y, por supuesto,
también exigimos que se respete nuestra cultura, nuestro estilo de vida.
A propósito, ¿es común un
liderazgo femenino entre los asháninkas?
No. Hay machismo entre
los asháninkas pero, desde el 2005, desde que presido la Central Asháninka del
Río Ene, esto está cambiando, y ya hay otras presidentas en otras comunidades.
AUTOFICHA
- Soy de Cutivireni, en
el famoso VRAEM. Presido la Central Asháninka del Río Ene, que agrupa a 17
comunidades ubicadas en 33 caseríos. Tengo 34 años y cinco hijos.
- Aprendí el español de
adolescente, después de la violencia social y política que vivió mi pueblo. Mis
primeros años fueron felices, tranquilos.
- Todo acabó cuando,
primero, entraron los colonos andinos y, luego, Sendero. Por ley, nuestras
tierras son intangibles y no embargables, pero esto no siempre se respeta.
Fuente: Perú 21