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domingo, 9 de septiembre de 2012

El neoliberalismo y la crisis del capitalismo global


Bajo la prédica de la globalización y la apertura comercial y financiera, el neoliberalismo preconizó en los últimos lustros del siglo pasado una reestructuración de las sociedades nacionales que rompiera con los viejos esquemas económicos estatales y societales “cerrados” y “proteccionistas” (“patrióticos”, dirían otros), aunque ello supusiese el debilitamiento forzoso de los aparatos productivos tradicionales.

La idea era, en la práctica, que esos antiguos esquemas cedieran su espacio a un nuevo tipo de internacionalismo, el del capital, que -según se afirmaba- era el heraldo del progreso a través de las inversiones frescas, el intercambio rápido de tecnologías y el ingreso al comercio planetario con base en las normas o reglas modernas de la “eficiencia” y la “competitividad”.
Como se sabe, empero, esos radiantes pronósticos neoliberales distaron mucho de cumplirse a plenitud.
Es cierto que las sociedades que adoptaron las providencias recomendadas por el neoliberalismo, particularmente en la América Latina, en principio sintieron un inusitado aumento de la producción y el consumo que generaron crecimiento económico y desarrollo infraestructural, pero a la postre sobrevinieron terribles crisis financieras derivadas del endeudamiento externo, la devaluación monetaria, la caída del PIB, la fuga de capitales o las quiebras bancarias fraudulentas que empobrecieron a sus clases medias y sumieron a los desposeídos en un estado de miseria verdaderamente dramático.
Y aunque en realidad hubo que esperar hasta el segundo lustro del nuevo siglo para presenciar hechos de esa naturaleza en los países desarrollados (con el destape de las crisis financieras de los Estados Unidos y parte de Europa en el otoño de 2008), en todo el mundo siempre hubo pensadores, científicos y técnicos (filósofos, economistas, sociólogos, estadígrafos, etcétera) que, a partir de una observación de su “curso operacional”, profetizaron la inevitable bancarrota moral, filosófica y fáctica del neoliberalismo.
Sin embargo, probablemente el elemento potencialmente más problemático de los “efectos sociales reales a mediano y largo plazo” del neoliberalismo fue en su momento develado por uno de sus mayores beneficiarios individuales, el economista y multimillonario húngaro-norteamericano George Soros, quien a fines de los años noventa (en su libro “La crisis del capitalismo global. La sociedad abierta en peligro”) escribió lo siguiente: “Uno de los grandes defectos del sistema capitalista mundial es que ha permitido que el mecanismo del mercado y el afán de lucro penetren en esferas de actividad que no les son propias”.
Esa verdad simple y sin desperdicios fue expuesta por Soros luego de haber afirmado que “El desencanto con la política ha nutrido al fundamentalismo del mercado, y el ascenso del fundamentalismo del mercado ha contribuido, a su vez, al fracaso de la política”, como resultado de que se ha instituido “el individualismo sin ataduras”.
Más específicamente, el conocido financista agregaba: “La contradicción entre los intereses personales y públicos de los políticos siempre ha estado presente… pero se ha agravado sobremanera debido a las actitudes dominantes que anteponen el éxito medido en dinero a valores intrínsecos como la honestidad”. Y luego recalcaba: “La promoción del interés personal a la categoría de principio moral ha corrompido la política y el fracaso de la política se ha convertido en el argumento más poderoso a favor de conceder a los mercados más carta blanca si cabe”.
En lo atinente al tema cardinal de la racionalidad neoliberal vigente en el mundo occidental, consistente en que todo -hasta la religión y la vida familiar- sea visto a través del prisma del mercado, Soros afirmaba lo que sigue: “Las incursiones de la ideología del mercado en campos muy distantes de los negocios y la economía tiene efectos sociales destructivos y desmoralizadores. Pero el fundamentalismo del mercado es tan poderoso hoy que cualquier fuerza política que ose resistirse es motejada de sentimental, ilógica e ingenua”.
Conviene reiterar que esas consideraciones no fueron obra de un desfasado político de izquierda o de un ingenuo ciudadano “pendejo”, sino de un profesional de los negocios que defiende intransigentemente el sistema capitalista, la globalización y la “sociedad abierta” que les resulta consustancial. Su crítica, pues, tendía a promover la salvación del sistema, no a destruirlo.
Naturalmente, esa visión que ofrecía Soros era integrante de un enfoque que se originaba a partir de las realidades de los llamados países del centro capitalista, y por consiguiente tiene muy poco en cuenta las realidades de los de la periferia. De ahí que su preocupación esencial fuera el hecho de que la “sociedad abierta” preconizada por la globalización y la racionalidad posideológica estuviera en ese momento amenazada por la creciente disminución de la democracia en el sistema capitalista y el rápido advenimiento de una especie de “racionalidad pospolítica” basada en la preeminencia de las opiniones de los tecnócratas y la más absoluta indiferencia de la población frente a la problemática presente y futura de la sociedad, a todo lo cual, por otra parte, habría que agregar luego las demandas de la seguridad nacional ante la posibilidad de ataque del fundamentalismo político-religioso.
En los países de la periferia del sistema, aunque no dejaban de sentirse dramáticamente las repercusiones de esas amenazas que se cernían sobre la civilización occidental cimentada en el capitalismo, obviamente las realidades concretas tenían otras connotaciones. Entre nosotros, ciertamente, la cuestión fundamental que amenazaba la democracia y nos podía conducir a la definitiva entronización de una racionalidad social “pospolítica” era la abracadabrante y potencialmente explosiva combinación de la miseria con la ignorancia, independientemente de las limitaciones ostensibles y los amaneramientos notorios de nuestro régimen político.
Pero la más importante moraleja de todo cuanto se ha dicho hasta ahora es que ciertamente el mundo en que vivimos está diseñado y construido, sobre la base de la apertura comercial-financiera y la globalización, para que únicamente sobrevivan los “avivatos”. En otras palabras, valga la insistencia, el nuestro de hoy no es un mundo para “pendejos”, a pesar de que éstos siguen siendo la mayoría abrumadora de los habitantes del planeta. Es un mundo ideado y edificado por minorías selectas y proactivas para su disfrute, con franca exclusión del ciudadano común y de las muchedumbres.
Y, por supuesto, hay bastante gente que entendió todo eso a tiempo y a su modo: el que albergue dudas, que eche una ojeada, por favor, a ciertos líderes y dirigentes dominicanos que, ya política y económicamente “conversos”, son los mejores aliados de cierto capital financiero del país, sin importar si éste tiene o no legitimidad de origen y decencia de propósitos.
(*) El autor es abogado y profesor universitario. Reside en Santo Domingo.
lrdecampsr@hotmail.com
Fuente: La Nación Dominicana
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