Juan Valdano
Quito, Ecuador, 23 de octubre del2012.- Resulta común entre ciertos intelectuales despotricar contra la
globalización a la que se le atribuye nocivas influencias que llegan con ella;
entre estas, la exacerbación del consumismo, un estilo posmaterialista de vida
y una inminente despersonalización cultural.
La globalización se
presenta como una manifestación posmoderna de los procesos económicos,
tecnológicos y comunicacionales cuyo modelo de civilización y supremo valor son
los intereses del mercado.
La globalización y el
nuevo orden del mundo no es sino el último capítulo de una vieja historia de
enfrentamientos entre las metrópolis y las periferias; la larga mano del
imperio que, a través de ella, busca mantener su secular hegemonía.
No es raro, entonces, que
el fenómeno globalizador despierte viejos temores en sociedades como las
latinoamericanas que, no obstante haber soportado largos períodos de
colonización, han logrado conservar sus identidades y costumbres ancestrales.
Los países que lideran el
proceso globalizador (EE.UU., Europa, Japón) presentan rasgos políticos y
sociales semejantes, propios de sociedades abiertas, peculiaridades sin las
cuales la revolución informática no hubiese sido posible. He aquí algunos:
capitalismo democrático; cosmopolitismo; libre comercio; libre movimiento de
capitales, bienes y personas; la libre expresión de ideas.
Para bien o para mal,
todo caracteriza al siglo XXI. Por el contrario, las sociedades en las que aún
impera el colectivismo, la economía dirigida, el autoritarismo del poder
central, el fundamentalismo ideológico o religioso, las restricciones a las
libertades individuales, el control del Internet y las redes sociales (rasgos
que individualizaron a ciertas sociedades del siglo pasado) miran la
globalización como amenaza.
No es raro, entonces, que
tanto la aceptación como el rechazo de la globalización estén cargados de
apasionamiento ideológico, ingratas reminiscencias del pasado histórico y
desconfianzas. Si para unos, la mundialización de las comunicaciones abre un
camino a la consolidación de un mundo interconectado, sustento del diálogo
entre naciones multidiversas; para otros, resulta ser una amenaza a las
identidades de países periféricos a dicho fenómeno, un desafío a la estructura
de la Nación-Estado, sostén de las culturas locales.
Más allá de adhesiones o
rechazos que la globalización despierte en nosotros, este es un hecho
indiscutible en el que, nos guste o no, estamos embarcados, pues no hay persona
medianamente integrada a la modernidad que no utilice la TV satelital, la
telefonía móvil, el Internet, etc. Lo sensato es aprovecharla para enriquecerse
acercándonos a otras culturas y saberes diferentes, aceptando lo que trae de
útil y bueno (que es mucho) y eludiendo el ruido y la basura que, como en toda
obra humana, nunca faltan.
Fuente: El Comercio