Recordando a los guetos de la Alemania nazi
-barrios donde vivían atestadas como parias las personas judías, gitanas y de
otras minorías- y los bantustanes de la Sudáfrica del Apartheid -territorios
creados como patrias de tercera clase para la población africana, como parte de
la política de segregación racial impuesta por los descendientes europeos-, las
y los connacionales “ilegales” en USA viven prisioneros en sus apartamentos
yendo de la casa al trabajo sin libertad para esparcirse y socializar por miedo
a la deportación de la “migra”.
Francisca Gómez Grijalva
Las migraciones de guatemaltecas y
guatemaltecos (ladinas, ladinos, mayas, garífunas y xincas) han sido parte de
las grandes corrientes migratorias mundiales de los pueblos del llamado “tercer
mundo” a Europa y Estados Unidos. Procesos que se han incrementado
vertiginosamente a partir de las últimas décadas del siglo XX, al mismo tiempo
que el sistema capitalista ha afianzado su dominio con políticas
deshumanizadoras bajo el discurso de las bondades de la globalización
económica.
Cuando las personas emigran a Europa o
Estados Unidos sin las respectivas visas, van a ser estigmatizadas con
calificativos de “indocumentadas, indocumentados o ilegales”. Bajo este estatus
las personas tienen anulados todos sus derechos políticos, sociales, económicos
y jurídicos.
Es a partir de esta condición que las
personas son criminalizadas y condenadas a vivir en el más profundo anonimato.
Mientras el otro lado perverso del sistema capitalista se aprovecha del estatus
“ilegal” de las personas para explotar su fuerza de trabajo bajo ese ambiguo
concepto de economía sumergida. De esa cuenta las personas ni reciben el
salario mínimo, menos aún firman un contrato de trabajo y en consecuencia jamás
gozarán de su derecho a las prestaciones laborales ni tendrán derecho a la
seguridad social.
A los Estados Unidos y a Europa bien se les
puede aplicar aquel refrán que dice luz en la calle y oscuridad en la casa.
Precisamente porque se supone que son los impulsores de procesos democráticos a
nivel mundial, pero sus leyes migratorias son abiertamente racistas, sexistas y
clasistas.
Por otro lado, es innegable que la mayoría
de personas que emigran a los Estados Unidos y Europa aunque cuenten con sus
respectivas acreditaciones académicas, se ven obligadas a realizar trabajos no
cualificados y siempre dentro del contexto de la división sexual del trabajo.
Las mujeres mayoritariamente van a dedicarse a la crianza y cuidado de las
hijas e hijos de las y los estadounidenses, europeas o europeos, así como la
limpieza de casas, preparación de comida, lavado de ropa, entre otros. Y los
hombres trabajan en el campo; en la construcción como albañiles; en los
restaurantes como camareros, cocineros, entre otros.
Para hablar de empleo digno y mejora de las
condiciones sociales y económicas de la ciudadanía migrante es necesario que
los países de acogida sean coherentes con su discurso de respeto y cumplimento
de los derechos humanos, garantizándolas para la población migrante,
contribuyendo a una ciudadanía global digna y en paridad de condiciones.
Fuente: Prensa Libre