Gabriel Flores
Dado el inevitable
retroceso de la demanda doméstica que provocan las políticas de austeridad, las
autoridades comunitarias se reafirman en la idea de que el sector exterior es
el único motor del que dispone la economía española para impulsar la
reactivación y salir de la crisis. A falta de cualquier otro razonamiento o
propuesta, el Gobierno de Rajoy ha hecho suyas esa idea y las medidas de
recorte que de ella se derivan.
Aclaremos mínimamente el
asunto. Se trata del actual sector exportador tal y como está, sin cambios
significativos en las actuales especializaciones y sin que se hayan producido
inversiones significativas encaminadas a impulsar la innovación, modernizar la
oferta productiva y reforzar el progreso técnico (o la productividad global de
los factores). En la situación actual, ni las empresas tienen el menor
incentivo para invertir, debido al retroceso generalizado de la demanda, ni el
Gobierno hace el más mínimo intento de mantener el esfuerzo en educación,
promover la cualificación de la población activa o reforzar su actividad
inversora, obsesionado como está en sumar recortes a los recortes para cumplir
con su compromiso de reducir el déficit público y conseguir dejarlo en el 3%
del PIB en 2014. Las políticas de austeridad en vigor imposibilitan cualquier
proyecto inversor y así, lejos de impulsar un cambio modernizador, el tejido
económico y empresarial y el crecimiento potencial se degradan.
Los datos reflejan que la
mejora de las exportaciones netas (o, lo que es lo mismo, la diferencia entre
exportaciones e importaciones de bienes y servicios) favoreció el pequeño
crecimiento real del PIB de 2011 (un 0,7%) y logró frenar el hundimiento del
producto en los años 2009 (-3,7%), 2010 (-0,1%) y, previsiblemente, 2012 y
2013. Pero, más allá de ese innegable papel positivo jugado por la demanda
externa, resulta pertinente interrogarse sobre la suposición que sustenta el
horizonte de reactivación económica que ansían las autoridades económicas
españolas y comunitarias.
¿Puede ser la demanda
externa la pieza esencial que
permita recuperar el crecimiento?
Ya que el inevitable
proceso de desendeudamiento de hogares y empresas se va a prolongar durante
años, que el recorte del gasto público es una columna básica de la estrategia
conservadora de salida de la crisis y que las altas tasas de paro suponen una
presión sobre los salarios que se ha visto reforzada por las sucesivas reformas
del mercado laboral, ¿pueden crecer las ventas exteriores hasta el punto de
compensar el retroceso de la demanda doméstica?
Los datos de los dos
últimos años demuestran que, hasta ahora, no ha sido así. La mejora de las
exportaciones netas no ha sido suficiente para neutralizar el hundimiento de la
demanda doméstica ni para recortar en lo más mínimo una deuda exterior bruta
que desde el año 2010 se sitúa en torno a los 2,3 billones de euros y rebasa
los máximos admisibles por los acreedores. Todo parece indicar que en unos
meses, quizá semanas, el Gobierno de Rajoy se verá obligado a solicitar el
rescate de la economía española: los flujos de financiación externa que los
mercados se niegan a ofrecer o conceden con unos desorbitados e insoportables
intereses serán sustituidos por la ayuda financiera de nuestros socios de la
eurozona que inevitablemente estará asociada a una condicionalidad estricta que
implicará nuevas medidas de austeridad.
Aunque el buen desempeño
de las exportaciones netas ha permitido reducir significativamente el déficit
exterior por cuenta corriente, no ha generado un impulso de la actividad
económica que permita cumplir con las exigencias comunitarias de disminuir el
déficit presupuestario en la fecha y cuantía comprometidas. De hecho, tampoco
ha permitido sortear la nueva recesión.
Costes laborales y
aumento de las exportaciones netas
Pero eso ya es pasado.
Reformulemos la pregunta pensando en lo que está por venir. ¿Podrá la reiterada
e intensa presión adicional sobre los costes laborales que lleva a cabo el
Gobierno de Rajoy conseguir un aumento de las exportaciones netas capaz de lograr
que el producto crezca? Una respuesta afirmativa a esa pregunta tendría un
triple interés para el Gobierno del PP y las fuerzas que lo respaldan: por una
parte, dotaría de legitimidad a las duras medidas de recorte presupuestario que
está aplicando; por otra, permitiría dar cierta verosimilitud a la falsa
creencia de que existe alguna relación entre la austeridad que se practica y la
reactivación que se pretende; y por último, ofrecería una mínima apariencia de
consistencia al intento de equilibrar las cuentas públicas y la balanza por
cuenta corriente en plazos muy cortos y con medidas extremistas que, a falta de
un milagro, condenan de antemano tal pretensión al fracaso.
La existencia de
poderosas fuerzas interesadas en obtener esa respuesta positiva explica una
parte de las categóricas manifestaciones afirmativas realizadas por economistas
conocedores de su oficio y poseedores, se supone, de una inteligencia media
similar a la que pueda encontrarse en otros colectivos profesionales. Sin
embargo, la respuesta no puede ser terminante, ni en un sentido afirmativo ni
negando toda posibilidad a que las exportaciones netas acaben convirtiéndose en
uno de los motores de la reactivación económica.
La respuesta a la
pregunta que nos ocupa debería ser negativa si las tasas de interés a largo
plazo continuaran en los altos niveles actuales y obligaran a agentes
económicos públicos y privados a cargar con unos costes financieros
insoportables. Tal situación supondría que la ya de por sí difícil tarea de
compensar la caída de la demanda doméstica con un aumento muy superior de las
ventas exteriores no tendría ninguna posibilidad de ser culminada con éxito.
Sin un cambio de rumbo en la actuación de las instituciones de la UE, en primer
lugar del BCE, orientado a impedir de forma permanente que inversores y
especuladores determinen primas de riesgo tan dispares entre los miembros de la
eurozona y a reducir la actual dependencia de los mercados financieros a la
hora de proveer la imprescindible financiación externa, habría muy escasas
posibilidades de que el aumento de las exportaciones netas se convirtiera en la
puerta de salida de la crisis para la economía española. Sin la intervención
del BCE y sin la ayuda de los socios comunitarios para reducir de forma
sustancial y permanente los costes financieros que soportan los países
periféricos no hay motores que valgan. El decrecimiento del producto se
prolongaría.
Contemplemos escenarios
más favorables
Supongamos, por un
momento, que las instituciones comunitarias facilitan a España la financiación
necesaria, a unas tasas de interés soportables y que tal ayuda está disociada
de un dogal de condiciones que hagan invivible la pertenencia a la eurozona. Podría
argüirse que tal escenario es, visto lo sucedido en los dos últimos años, poco
probable; pero al manejar esa hipótesis no se pretende dar verosimilitud a la
concesión de ayudas vinculadas a una condicionalidad razonable; tampoco, negar
las posibilidades de que se produzca. Simplemente se intenta llevar un poco más
lejos de lo que resulta evidente la reflexión sobre la naturaleza de los
problemas estructurales específicos que debe afrontar y superar la economía
española. A efectos de lo que aquí nos interesa, podría tratarse o bastaría con
una actuación más activa y prudente del BCE destinada a mantener los costes
financieros en unos niveles asumibles e impedir que los mercados estén
sometidos de forma recurrente a presiones especulativas. Y supongamos también,
para despejar aún más las incertidumbres, que se completa con éxito el proceso
de reestructuración y recapitalización del sistema bancario español apoyado en
la ayuda de 100.000 millones de euros aprobada por el Eurogrupo.
Aparentemente, una vez
apartados de ese escenario ideal los problemas de financiación y altos
intereses que sufren la deuda soberana de España y los muy endeudados agentes
económicos privados, la respuesta al interrogante planteado se antoja fácil:
menores costes laborales y financieros permitirían ganancias de competitividad
basadas en la reducción de los precios que favorecerían el aumento de las
ventas exteriores y el retroceso de los bienes importados y, como consecuencia,
un aumento de la actividad económica y los empleos vinculados a las mayores
ventas, tanto en el mercado nacional como en los mercados exteriores.
Sin embargo, en las
relaciones económicas como en tantos otros aspectos de las relaciones sociales,
la solución de los problemas no es tan simple como parece o nos quieren hacer
creer. Hace falta añadir algunas dosis de complejidad para sopesar algunas
incógnitas sobre las interrelaciones entre los diversos factores económicos en
presencia y sus potenciales resultados.
Costes laborales, precios
y exportaciones
En primer lugar, los
menores costes laborales no se convierten automáticamente en menores precios.
En segundo lugar, que esos menores precios de los bienes y servicios puedan
impulsar un incremento de las exportaciones en volumen dependerá de hasta qué
punto las exportaciones españolas están condicionadas por los precios (o lo que
es lo mismo, hace falta saber la elasticidad demanda-precio de las
exportaciones y si existen otras características ajenas al precio que tengan
mayor o igual incidencia sobre la demanda externa). En tercer lugar, el
crecimiento de las exportaciones puede requerir un aumento significativo de las
importaciones que, dependiendo de su importancia, podría dejar el déficit
comercial en un nivel similar al que existía antes de reducir los costes laborales.
Y en cuarto lugar, para no hacer una lista interminable de condicionantes, el
crecimiento del comercio mundial o la expansión de los mercados comunitarios no
son acontecimientos seguros ni procesos que afectan a todos los bienes y países
por igual; hace falta comprobar qué mercados exteriores están en condiciones o
pueden expandirse en el corto plazo, a qué bienes afectará esa mayor demanda y
qué países están en mejores condiciones de salir beneficiados de una
competencia que va a ser muy dura y que, inevitablemente, impactará de forma
negativa sobre las economías perdedoras.
Como se ve por lo apenas
apuntado en las líneas anteriores, para vincular la reducción de los salarios
reales que comenzó a partir de 2009 con un imprevisible futuro en el que se
concretaría el sueño de un notable y suficiente crecimiento de las
exportaciones netas hace falta considerar unas oportunidades y restricciones
que generan un relato algo más racional y complejo que el cuento de la lechera
en el que se ha transformado el análisis económico para consumo de una opinión
pública que se quiere rendida y desinformada.
Incluso en el hipotético
caso de que se solucionaran los problemas financieros de los países de la
periferia del euro y de sus sistemas bancarios, para responder a la pregunta de
si el sector exterior puede sacar a España de la recesión, haría falta
incorporar al análisis una larga lista de condiciones no siempre fáciles de
cumplir y de obstáculos difíciles de superar. Sin perder de vista que hay otros
socios que están en parecidas condiciones, pretenden los mismos objetivos y van
a competir para lograrlos.
El centro y la periferia
de Europa
Tal situación nos remite
a un hecho que suele pasar desapercibido, pero que por su enorme trascendencia
merece al menos ser mencionado. Más allá de los problemas de inestabilidad
financiera, desequilibrio en las cuentas públicas, reducción de los flujos
crediticios, primas de riesgo y demás problemas financieros que son evidentes y
que están en el día a día de la agenda política y en el foco de las
preocupaciones de opinión pública, resulta imprescindible abordar los problemas
económicos de igual o mayor calado que, pese a no disponer de tanta
visibilidad, afectan de forma tanto o más intensa a la eurozona y al conjunto
de la UE.
Uno de esos problemas
económicos toma la forma de una grave fractura que separa a los países del
centro de la eurozona, con superávits en sus balanzas comerciales y por cuenta
corriente, de los países de la periferia, afectados por déficits en sus cuentas
exteriores de carácter permanente que han elevado el endeudamiento de los
agentes económicos públicos y privados hasta cotas insoportables. Déficits que
generan problemas de falta de liquidez e insolvencia que no pueden resolverse
apelando exclusivamente a la mejora de la competitividad de las economías
periféricas por la vía de reducir los precios.
Los desequilibrios
macroeconómicos que muestran las economías periféricas son consecuencia de las
deficiencias productivas que habían acumulado antes de su incorporación al
proyecto comunitario; pero tales deficiencias se vieron reforzadas, tras su
incorporación a la UE, por el normal funcionamiento del mercado único y la
lógica económica asociada a la existencia del euro que han favorecido su
desindustrialización y una especialización productiva basada en actividades y
servicios de escasa densidad tecnológica y muy intensivos en la utilización de
fuerza de trabajo poco cualificada y mal remunerada. Tras el estallido de la
crisis, la pésima gestión realizada por las instituciones europeas y la nefasta
estrategia de salida de la crisis que se obstinan en aplicar no han hecho sino
agravar unas deficiencias que requieren ser abordadas por las instituciones
comunitarias, además de por los países afectados, porque sólo desde una
intervención colectiva, solidaria y multilateral tienen solución.
Para que los países
periféricos encuentren la puerta de salida de la crisis no basta con resolver
los problemas relacionados con la inestabilidad financiera derivados de las debilidades
e incoherencias institucionales del actual diseño de la eurozona. Hay otras
muchas tareas, tanto o más importantes, que deben ser abordadas. Por ejemplo,
fortalecer y ampliar los, en general, menguados sectores manufactureros de las
economías periféricas. O impulsar un cambio en sus especializaciones
productivas y exportadoras que disminuya la prominencia de los sectores, bienes
y servicios que se caracterizan por su bajo valor añadido y escasa
cualificación laboral. Problemas relacionados con el progreso técnico, la
innovación, el esfuerzo educativo, la cualificación de la fuerza de trabajo o
la importancia de la renovación del aparato productivo que no son el resultado
exclusivo de los errores o malas decisiones realizadas por autoridades y agentes
económicos de los países periféricos ni, menos aún, de una irresistible
inclinación a la corrupción, la pereza o la ostentación que deba ser corregida
mediante estrictas penitencias de austeridad y recortes. Antes bien, esos
graves problemas reales de las economías periféricas son también el resultado
lógico de compartir una moneda y un mercado único que alentaron los flujos de
financiación desde los países excedentarios del norte de la eurozona a los
países deficitarios del sur a la búsqueda de mayores rentabilidades que en sus
países de origen.
Los países acreedores
nunca llegaron a considerar o no les importaban los altos riesgos que estaban
asumiendo, las burbujas especulativas que generaban, los desequilibrios en las
cuentas exteriores de los países deudores que llevaron a cotas insostenibles,
las graves fracturas que incrementaban la heterogeneidad y las desigualdades
económicas y sociales entre los Estados miembros o las actividades y
especializaciones productivas y exportadoras que reforzaban en función de las
ventajas comparativas que ofrecían las economías periféricas.
La eurozona, tal y como
está o como funciona, no puede poner en pie un proyecto de unidad europea
basado en la cooperación y la solidaridad de todos los Estados miembros que
permita un reparto más equilibrado de beneficios, costes y riesgos, promueva el
bienestar social y la convergencia productiva y reafirme el objetivo de
impulsar de verdad la cohesión social y territorial de todos sus componentes.
Tras esta incursión en
las fracturas estructurales que afectan a la eurozona y en sus graves
consecuencias para el futuro del proyecto de unidad europea, volvamos a retomar
el hilo central de la argumentación a propósito de las condiciones y los
factores que deben tomarse en consideración para sopesar las posibilidades de
que la demanda externa se convierta en motor principal de la reactivación
económica:
PRIMERO. La situación de
la eurozona se ha deteriorado en los últimos meses y está a punto de entrar en
una nueva recesión como consecuencia de la estrategia de austeridad extrema y
generalizada que se ha impuesto y la pésima gestión realizada por las
instituciones comunitarias. Las últimas estimaciones, publicadas en agosto,
indican que la eurozona podría entrar formalmente en recesión al finalizar este
tercer trimestre de 2012 y que la contracción del producto se situaría al
finalizar el año en el -0,3%, según el FMI, o en el -0,1% que pronostica el
BCE, con un posible abanico que sitúa entre el 0,6% y el -0,2%. En el mejor de
los casos, ese puntual y ligero decrecimiento dará paso a un largo periodo de
precario crecimiento hasta poder considerar que la crisis ha finalizado. Acabar
con la crisis supone la recuperación de buena parte del empleo perdido, un
reequilibrio de los balances patrimoniales de los agentes económicos privados
(que presentan unos pasivos muy elevados y unos activos cuyo proceso de
desvalorización y deterioro dista mucho de haber acabado), la reducción de los
déficits públicos y por cuenta corriente y una disminución progresiva de los
niveles de la deuda externa neta, tanto de la que corresponde al sector público
como a los agentes económicos privados. Cumplir esas condiciones y poner el
punto final a esta crisis, al estancamiento económico y a los desequilibrios
macroeconómicos no van a ser tareas fáciles ni cuestión de uno o dos años. No
parece que los mercados europeos, que son el principal destino de nuestras
ventas exteriores, puedan sostener un crecimiento suficiente de las
exportaciones españolas y, no se olvide, de los otros países periféricos que
pugnan también por incrementar sus cuotas en esos mercados.
SEGUNDO. Las
exportaciones españolas de bienes y servicios suponen una cuantía próxima a la
mitad del valor que alcanza el gasto en consumo final de los hogares y en torno
al 40% del gasto si se suma al gasto de los hogares el de las Administraciones
públicas (AAPP). Cuantificar las consecuencias de ese dato, con un ejemplo muy
simple, permite calibrar el desafío: la reducción en un punto porcentual en la
demanda de los hogares debe ser compensada, para mantener el producto en el
nivel inicial, con un incremento de las exportaciones de más de dos puntos
porcentuales. Y eso sin tener en cuenta el gasto de las AAPP, que también está
en declive, ni el imprescindible incremento de las importaciones que supondría
cualquier aumento de las exportaciones, ya que gran parte de los bienes que se
venden en los mercados exteriores incorporan bienes importados (especialmente
productos energéticos, pero también tecnología, componentes y bienes de
equipo). Por ello, el incremento de las exportaciones debe ser sustancialmente
mayor que esos dos puntos porcentuales para compensar la caída en un punto del
gasto en consumo final de hogares y AAPP. Tampoco esta tarea se antoja fácil. Una
restricción añadida es la fuerte dependencia que tiene el sector exportador del
acceso a la financiación exterior y del correcto funcionamiento de unos
mercados de crédito y seguros al que no contribuyen en nada la inestabilidad
financiera que sufre la eurozona, las incertidumbres sobre el futuro del euro y
los fracasos obtenidos por la estrategia conservadora de salida de la crisis.
TERCERO. A los diferentes
procesos de desindustrialización experimentados por la economía española desde
mediados de los años setenta, la crisis actual ha añadido una caída de la
producción industrial de alrededor del 20% en el periodo 2008-2011 que aún no
puede darse por finalizada. El reducido tamaño de la industria manufacturera
española resultante de ese largo y heterogéneo movimiento desindustrializador
(el sector manufacturero supone actualmente alrededor del 14% del empleo total;
y en términos de valor añadido, apenas aporta un 13% del PIB), hace muy
problemático que las posibles mejoras de productividad, innovación y competitividad
pudieran tener un impacto importante sobre el conjunto de la economía. Haría
falta un proceso previo o simultáneo de reindustrialización y modernización de
la estructura productiva, para que el efecto del incremento del progreso
técnico en un sector manufacturero con mayor peso relativo que el actual
pudiera tener una influencia significativa en el equilibrio de las cuentas
exteriores. Sin ese mayor peso del sector manufacturero y sin su modernización,
el crecimiento de la economía española seguiría dependiendo en gran medida de
las importaciones de bienes de capital, tecnología y, por supuesto, energía. Y,
como consecuencia, seguiría presentando déficits por cuenta corriente y
dependiendo de la correspondiente financiación externa que, con los actuales
altos niveles de deuda exterior, le regatean o directamente le niegan los
mercados.
CUARTO. En los momentos
iniciales del euro y durante el periodo inmediatamente anterior al estallido de
la crisis (entre el año 2000 y el 2008), el nivel general de precios de la
economía española aumentó a un ritmo significativamente mayor que los precios
de la eurozona o la UE, sin que ni ese diferencial ni la importante apreciación
del euro en esos años impidieran un notable crecimiento de las exportaciones españolas
de bienes y servicios (que aumentaron casi un 60% en valor y algo más del 30%
en volumen), muy superior al de la mayoría de nuestros socios y solo algo
inferior al logrado por Alemania. Lo mismo cabe decir del fuerte incremento de
los costes laborales unitarios en ese periodo, que tampoco supuso un obstáculo
capaz de impedir el fuerte avance de las exportaciones españolas. Tales hechos
indican que la demanda exterior de los bienes exportados por la economía
española ha sido tan poco sensible al incremento de los precios domésticos o de
exportación como dependiente del crecimiento de nuestros socios comunitarios.
Esa baja elasticidad-precio de las exportaciones españolas (estudios empíricos
sobre la evolución de los precios de exportación y la exportaciones en los
últimos años cuantifican en torno a 0,7 dicha elasticidad) puede deberse a muy
diferentes causas. Pudiera ser que el bajo nivel de costes laborales y precios
de partida en la economía española, respecto al de nuestros principales socios
y competidores comunitarios, permitía un amplio margen de subida de precios y
costes que debilitaba su incidencia negativa sobre las exportaciones. También
podría achacarse al aumento del número de empresas exportadoras y a su buen
hacer, ya que lograron diversificar los mercados de destino, incrementar la
propensión a exportar de las empresas que ya estaban posicionadas en los
mercados exteriores y reforzar el peso relativo de las ventas de alta
tecnología (sectores aerospacial, química, maquinaria no eléctrica y
armamento). El caso es que las exportaciones españolas se mostraron
parcialmente inmunes al mayor crecimiento de los precios de exportación.
A partir del año 2008 se
invierte el proceso y los precios españoles crecen menos que los de la
eurozona, especialmente en las fases de recesión, es decir desde la segunda
mitad de 2008 hasta finales de 2009 y a partir del último trimestre de 2011
hasta el momento actual. Pese a ello y a la mejora de la competitividad que
conlleva el menor crecimiento de los precios, el aumento de las exportaciones
ha sido escaso (aunque algo mayor que el de la mayoría de los países de la
eurozona) y el peso relativo de las exportaciones españolas en las
exportaciones mundiales retrocedió ligeramente o se estancó en el periodo 2009-2010.
Tal evolución refuerza la hipótesis de la baja incidencia de los precios en el
desempeño de las exportaciones y, por el contrario, la significativa
repercusión de la situación de fuerte o débil crecimiento de las economías que
compran los bienes españoles.
QUINTO. Tras el estallido
de las burbujas inmobiliaria y financiera, el exagerado peso que habían
conseguido en la economía española los sectores vinculados al ladrillo se ha
reducido de manera intensa y, en gran parte, irreversible. De igual forma se
han debilitado los sectores que ofrecen servicios a las personas y que se
caracterizan por su fuerte dependencia de unas rentas de los hogares que han
sufrido y sufren los impactos negativos del crecimiento del desempleo, las
políticas de austeridad y la reducción de los salarios. Las altas tasas de
desempleo y el impacto de los recortes de los presupuestos sobre el empleo, los
salarios de los trabajadores de las AAPP y las rentas dinerarias que reciben
pensionistas, parados y personas acogidas a diversos programas de protección
social están suponiendo una merma muy significativa de los ingresos de los
hogares que necesariamente se traduce en una reducción de su demanda, que sigue
siendo, pese a su continua reducción desde el año 2008, el mayor componente del
PIB. A esos impactos hay que sumar la drástica reducción de la inversión
pública y privada (dada la atonía de la demanda y el bajo nivel en la
utilización de la capacidad productiva) y el necesario desendeudamiento que
deben proseguir haciendo los agentes económicos.
SEXTO. Dado el todavía
muy importante déficit por cuenta corriente de la economía española y el
notable nivel de endeudamiento externo, los designios de la estrategia
conservadora de salida de la crisis establecen como requisito imprescindible e
inmediato que los países sometidos a mayores presiones financieras lleven a
cabo una depreciación real de la tasa de cambio que les permita recuperar la
competitividad perdida, porque presuponen que esa pérdida de competitividad ha
sido la causa esencial que ha generado los déficits comerciales y corrientes.
Como ya se ha mencionado, para conseguir esa devaluación interna haría falta,
como primer requisito, la reducción de los costes laborales; y como segundo
requisito que los menores costes se convirtieran efectivamente en menores
precios. El problema que se ha planteado hasta ahora es que mientras los
salarios nominales por trabajador se estancan o experimentan un muy débil
crecimiento desde el año 2009, los precios muestran una imparable propensión a
seguir subiendo. El resultado de ese desacompasado discurrir de precios y
salarios es una notable degradación de los salarios reales sin que de forma
paralela se produzca una disminución de los precios. La rigidez de los precios
contribuye a que la lenta y precaria mejora de las exportaciones, además de
implicar importantes y crecientes costes sociales y económicos, sea
insuficiente para neutralizar la caída de la demanda doméstica y no pueda
evitar la recesión.
Larga travesía por el
desierto
Resulta difícil creer
que, con el cúmulo de condicionantes y restricciones apenas entrevistos en los
puntos anteriores, las exportaciones puedan convertirse en el motor de la
reactivación económica y sean capaces de compensar la caída de la actividad
económica derivada del retroceso de la demanda doméstica. Lo más probable sigue
siendo, como en los últimos dos años, que la mejora de la demanda externa neta
siga siendo insuficiente y no permita una recuperación del crecimiento y el
empleo. Si fuera así, las políticas de austeridad condenarían a la economía
española a una larga travesía por el desierto del estancamiento económico, los
recortes y los sacrificios sociales que de nada sirven y que no conducen a
ninguna parte.
La salida de la crisis de
la economía española requiere, en todo caso y en cualquiera de los escenarios
imaginables, solucionar también los problemas de la economía real: superar la
escasa innovación y el bajo nivel educativo de una parte importante de la
población activa; una modernización productiva y un cambio sustancial de las
especializaciones exportadoras; una reforma fiscal progresista que obtenga los
recursos necesarios para hacer viable esa modernización; cambios sustanciales
en la estrategia de salida de la crisis que se ha impuesto y en las medidas de
recortes presupuestarios y retrocesos de los salarios que la sustentan.
Mientras esa
modernización de la oferta productiva no se produzca, los aumentos de las
exportaciones netas serán insuficientes y poco duraderos. Peor aún, cualquier
avance de las exportaciones tendría como contrapartida la reducción de los
derechos laborales y sociales, el empeoramiento de los salarios y las
condiciones de trabajo de la mayoría y un incremento de las desigualdades
sociales, la pobreza y la exclusión. En condiciones de recuperación del
crecimiento, la expansión de las exportaciones ocasionaría un incremento
paralelo de las importaciones que anularía en gran parte sus potenciales
efectos positivos sobre el crecimiento del producto o terminaría ahogándolos.
Sin modernización de la
oferta productiva, los logros exportadores que pudieran conseguirse no
permitirían recuperar los empleos y actividades que se han perdido ni
contribuirían a reducir hasta niveles asumibles los desequilibrios de las
cuentas exteriores. En definitiva, no serían suficientes para salir de la
crisis pero se bastarían para empobrecer a la mayoría e incrementar las
desigualdades sociales y territoriales
Fuente: Nueva Tribuna 24
de septiembre del 2012 Madrid, España