Joaquín Rábago
Es significativo que en una era de
globalización desbocada, con continuas deslocalizaciones de empresas, siempre
en busca de mayores beneficios para sus accionistas, sin que importen para nada
sus dramáticas secuelas -desindustrialización y crecimiento exorbitante del
paro- cobren cada vez más fuerza los nacionalismos. Es una reacción natural de
búsqueda de seguridad en medio de un mundo que, aunque cada vez más pequeño
gracias a las modernas tecnologías de la comunicación y a cada vez más rápidos
medios de transporte, acarrea también cada vez para los individuos mayores
incertidumbres.
Se mitifica y romantiza el pasado, se
manipulan como mejor convenga las efemérides, se magnifican los agravios
sufridos y las diferencias con el otro pueblo, del que se busca la separación.
Y se idealizan lo mismo victorias que derrotas. Salvadas, por supuesto, las
diferencias, que son inmensas, tenemos en el caso catalán la glorificación
romántica de las revueltas de 1640 y 1705: la primera, como ha señalado Pierre
Vilar, con dos documentos bien conocidos -la "Proclamación católica"
del municipio barcelonés y el lamento popular de los Segadores, que "aluden
al recuerdo de un mítico tiempo de prosperidad"-, la Cataluña "rica i
plena", pero se refieren también a "desgracias comunes" como el
alojamiento de las tropas mercenarias (los tercios reales) en las casas de
vecinos con motivo de la guerra con Francia. La segunda, que se saldó con la
derrota en 1714 de uno de los dos candidatos a la sucesión al trono, el
archiduque Carlos de Austria, frente al primer Borbón, Felipe V, y en la que se
olvida que, como dice el citado historiador francés, hubo también muchos
felipistas en las clases altas y medias catalanas, y la adhesión popular
"no fue evidente".
Cada pueblo elige sus fechas como otra
nación, a la que miran mucho últimamente los catalanes como es Escocia, donde
los nacionalistas de Alex Salmond están deseosos de romper el yugo que los une
a ingleses y galeses desde hace tres siglos. Ocurre que, a diferencia del caso
de Cataluña y España, en el Reino Unido son sobre todo los ingleses los que
hace ya tiempo que se sienten agraviados económicamente por la unión y se
quejan de tener que subvencionar a los escoceses mientras el propio Gobierno
británico no hace más que recortar sus beneficios sociales. Escocia, que no
tiene poder recaudatorio, sino que recibe el dinero de Londres, financia con él
un Estado de bienestar que hace palidecer de envidia a los ingleses.
Con la añagaza de los ingresos del petróleo
y gas del mar del Norte, que les hace soñar con convertirse en una nueva
Noruega, los nacionalistas escoceses agitan a favor de independizarse de un
país al que, paradójicamente, y en eso se diferencian también del caso catalán,
han aportado bastantes primeros ministros, desde McDonaldBaldwin hasta la plana
mayor del Nuevo Laborismo, con Blair y Brown. Sin olvidar que el actual jefe de
Gobierno, Cameron, aunque nacido en Inglaterra, lleva el apellido de un clan
escocés.
Fuente: Información de Alicante, España