LUIS POUSA
El otro debate
CUANDO SOBREVINO la crisis económica actual
-iniciada oficialmente en 2008- era mayoritariamente aceptado que la
globalización, impulsada por un sector financiero altamente desregularizado
(Alan Greenspan era su gran valedor moral), había conseguido que las dinámicas
sociales se rigieran por una lógica consumista, que algunos filósofos llegaron
a calificar de "circular y omnímoda".
Detrás de esa lógica consumista lo que
subyacía era un objetivo: la maximización de los beneficios y la acumulación de
los mismos en pocas manos, mediante la fórmula de vender bienes y servicios
cuya obsolescencia programada era muy alta. En su afán por abarcarlo todo, el
consumismo había pasado a formar parte del ocio, lo que implicaba sustraerle al
consumidor parte del tiempo libre.
En consecuencia, no resulta disparatado
afirmar que el ocio pasó a convertirse en la plusvalía del consumidor.
Todas estas cuestiones son parte del
análisis que pensadores como el sociólogo polaco, afincado en el Reino Unido,
Zygmunt Bauman, y otros denunciaron en su día. En el caso de Bauman, su teoría
de la Modernidad Líquida continúa siendo un referente intelectual, aunque
discutible o digno de ser discutido, entre quienes ya por aquellos años
apostaban por la denuncia, la oposición y la resistencia contra el sistema
establecido.
El hecho es que la obsolescencia programada
de los productos como acicate del consumo no hubiera sido posible sin una
ideología capaz de sustentar una política económica adecuada a tal objetivo: el
neoliberalismo.
La desregulación era la pócima mágica que
el pensamiento económico neoliberal, con epicentro en Chicago (MIT), había
redescubierto para hacer que la riqueza de las naciones y la mano invisible de
Adam Smith adquiriesen el marchamo de global. La globalización: manera de
convertir el planeta en un mercado único, donde la libre competencia mejoraría
la eficiencia del mismo y así hasta alcanzar el círculo virtuoso. Una idea que
fue muy bien acogida en donde muy pocos lo esperaban, empezando por los
maoístas, China.
Pekín ha sido el gran colaborador de una
globalización neoliberal que, para funcionar, utilizó masivamente el crédito a
las familias a fin mantener el consumo en unos niveles muchísimo más altos de
lo que eran capaces con arreglo a los salarios reales de sus miembros y también
de su renta disponible. Otro tanto pasó con la inversión. Y para que nada
faltase a la fiesta, el sector financiero creó los llamados productos
derivados, lo que hizo que el capitalismo, antes sólido, pasase de líquido a
gaseoso.
Obviamente, tal situación era insostenible
y devino la crisis. Y lo que ahora pretenden los poderes económicos es salvar a
los bancos a costa de las familias y de que aumente la desigualdad. Su
argumento, vuelven a decir, es moral: trabajar más y ahorrar mucho. Dónde y
cómo. Por ahí comienza el otro debate.
Fuente: El Correo Gallego